Peligro, que llamo

El uso del teléfono móvil será mucho más rápido gracias al 5G.
'Peligro, que llamo'
Pixabay

Dadas las restricciones de movilidad y por prudencia, la covid-19 me ha tenido ‘retenido’ en Madrid por tandas de cuatro meses, por lo que la relación de mi hermana y mía con nuestros padres se ha basado en el Whatsapp en todas sus modalidades: mensaje de texto, audios, fotos y videollamada. Una manera sin duda mucho peor de estar ‘cerca’ pero a la que uno se va a acostumbrando y con la que, paradójicamente, a veces llegas a tener más contacto diario que cuando tenías garantizadas las posibilidades de viajar a cualquier ciudad.

La cuestión es que durante el primer confinamiento las llamadas a casa se podían extender durante varios minutos, incluso después de tener la tranquilidad de que, un día más, ninguno teníamos síntomas de coronavirus ni de ninguna otra enfermedad. En este segundo exilio, he ido notando cómo las cosas se relajaban más. Debe de ser la fatiga pandémica esa de la que hablan la OMS y Salvador Illa; el caso es que en las últimas llamadas cercanas a estas entrañables fechas a mi madre ya le iba notando yo las ganas de colgar. A los que vivimos solos hay que tenernos en consideración porque con el teletrabajo, cuando agarramos a una persona por banda, la tabarra que le podemos dar admito que puede ser antológica. Yo llevo rajando muchísimo desde que aprendí a hablar, que ocurrió antes de lo esperado y en relación indirecta a mi capacidad para andar. De niño debía de ser como un muñeco de felpa al que intentaban desplazar arrastrando las puntitas de los pies mientras declamaba todo lo que se me pasaba por la cabeza. Y de hecho en estos últimos meses a veces veo a mi novia tras tres o cuatro días de teletrabajo en nuestras respectivas casas, y admito que hasta yo mismo pienso: "Pobrecica mía, la que le estoy dando", cuando me noto la lengua seca y a ella la veo mirando un punto fijo de la pared.

Con la nueva normativa que regula el teletrabajo, habrá que valorar incluir una cláusula para que los que vivimos solos tengamos un tope de conversación (monólogo) porque de verdad que estos soliloquios yo no puedo asegurar que sean constitucionales. Y claro, luego vienen la familia o la pareja y te dicen que tienen que colgar porque tienen que hacer la cena y te quedas ahí, helado, con tu anécdota de que hoy ha pitado dos veces la alarma del ascensor.

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