El ex futbolista argentino, en acción tras concluir el encuentro entre el Ajax y el Boca Juniors durante el torneo de Amsterdam, el 31 de julio de 2005, en el estadio Arena de Amsterdam (Holanda).
'Maradona'
OLAF KRAAK/EFE

Yo vi tres veces jugar a Maradona en La Romareda, pero en realidad no hubiera querido verlo nunca. A los que no nos gusta el fútbol y sólo queremos ganar, nos incomoda que los rivales vengan con sus estrellas. Preferimos que se lesionen la semana previa en un entrenamiento, que tengan disentería, diarreas, cistitis, gonorrea…, que les haya engañado su mujer la tarde de antes, acaben de enterarse y estén deprimidos y sin ganas de jugar…, cualquier cosa con tal de que no salten al campo. Porque pensamos que será mucho más fácil que les ganemos sin todos esos jugadores que con ellos. Es decir, lo que nos gustaría de verdad es que los rivales vinieran a jugar con todos sus reservas o, mejor aún, con el filial. Por eso yo no quería ver a Maradona. Con él en el campo, la victoria del Zaragoza era mucho más difícil y de hecho nunca ganamos a sus equipos en partido oficial siendo él titular. No tenemos pues afición, no nos interesa ver buen fútbol, no queremos espectáculo. Sólo deseamos que el Zaragoza gane. El espectáculo para los cabarés. Es como si un aficionado a la ópera fuera a la Scala de Milán rezando para que María Callas estuviera ese día afónica y no pudiera cantar; o como si un amante del teatro hubiera viajado hasta Londres para ver un Shakespeare de sir Laurence Olivier confiando en que el día anterior el actor se hubiera caído por las escaleras y se hubiera roto una pierna. Pues así soy yo: iba al campo pero no quería ver a Maradona. En realidad sólo fui feliz viéndolo el día que vino con el Boca Juniors. Era un partido amistoso.

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