Por
  • Paloma de Yarza López-Madrazo

Sin educación en libertad no hay futuro

Opinión
'Sin educación en libertad no hay futuro'
Krisis'20

Se han preguntado ustedes cuál es el auténtico cimiento de la grandeza de una nación? Habrá quien diga que su tamaño, sus recursos naturales, su población, su poder militar, su economía. Todo eso es verdad, pero el cimiento principal debe ser otro. En el siglo XVII, cien años antes de la formación de Estados Unidos como país, los descendientes de aquellos peregrinos que llegaron a la colonia de Plymouth en 1620 se dieron cuenta de que si querían crear una sociedad próspera, sólida y con un futuro asegurado, lo primero que necesitaban era establecer un sistema de educación lo más idóneo posible. Eso era lo principal. Necesitaban maestros antes que fusiles, barcos o carreteras, para que niños y niñas aprendieran a leer y a escribir, a amar a su comunidad y a defenderse en la vida.

Hay algunas cuestiones, afortunadamente pocas, en las que los españoles parecemos un pueblo condenado a no aprender de nuestros errores. La educación es una de ellas. ¿Saben ustedes cuántas reformas educativas profundas, estructurales, llevamos en España desde 1970? Ocho, aunque una no llegó ni a estrenarse. ¿Y saben ustedes en qué se parecen esas reformas del sistema educativo? Pues solo en las derivaciones de su nombre. Todas, salvo la primera, la LGE, empiezan por LO. La Loece, la LODE, la Logse, la Lopeg, la LOE, la Lomce y ahora la Lomloe, la reforma del Gobierno de Pedro Sánchez.

Nunca hemos aprendido que con la educación no se juega, porque sin ella, sin un sistema educativo sólido, coherente, eficaz y comúnmente aceptado, protegido de los vaivenes políticos, no hay nación que tenga futuro. Y fruto de esa inestabilidad, la educación y por tanto los ciudadanos han sido los primeros en sufrir las consecuencias. Las siguen padeciendo hoy.

Con la educación nos pasa lo mismo que con las constituciones. En España, desde 1812 hasta hoy, hemos tenido más de una decena de normas fundamentales o ‘cartas magnas’, algunas de las cuales ni siquiera llegaron a entrar en vigor. Y todas, sin excepción, fueron hechas por unos contra otros, con el afán indisimulado de revancha, de derribar lo que habían hecho los anteriores. Todas… salvo la última, la de 1978, que es la única redactada por todos y para todos, y votada por una abrumadora mayoría de los ciudadanos.

Pero de momento, y mira que llevamos años, no hemos sido capaces de hacer esto mismo con la educación. Siempre han podido más el revanchismo, los prejuicios ideológicos, el afán de derrotar al rival político, que el sentido común o la voluntad de proteger a los alumnos, de convertirlos en buenos ciudadanos.

Con esta reforma, se intenta de nuevo, de forma partidista, enfrentar innecesaria y peligrosamente a la imprescindible e incuestionable escuela pública, con el modelo educativo de la concertada, a la que se le impone un cerco económico inquietante que puede asfixiarla y abocarla a su desaparición. Y se trata de dos modelos compatibles muy necesarios para hacer grande a este país, bajo el amparo del artículo 27 de nuestra Constitución, que consagra la libertad en el derecho a la educación.

Ahora, también, se vuelven a arrojar sombras sobre el futuro de la Educación Especial, provocando la desazón de miles de familias muy necesitadas de su continuidad e incluso de su mejora. Ahora, una vez más, hay nuevos conatos, que ya fueron desbaratados por la Justicia en su tiempo, aunque las sentencias nunca se han cumplido, de orillar una lengua tan universal como el castellano en comunidades de nuestro propio país. Delirante. Y ahora, se percibe que esta reforma desprende un cierto desdén hacia el esfuerzo y el afán de muchos alumnos que se empeñan en mejorar sus conocimientos, frente a la apatía y el desinterés de otros a los que su formación pedagógica no les importa nada.

¿Tabla rasa para todos sea cual sea su nivel de sacrificio? No. Pero sí la misma exigencia y las mismas oportunidades para todos, sean cuales sean las condiciones de la persona y teniendo en cuenta los valores mencionados.

Hay que admitir una cosa: los únicos que en nuestra nación han comprendido en la práctica el inmenso valor de la educación han sido los independentistas. Después de décadas de mercadeo estrictamente político, mercadeo en el que sucesivos gobiernos han ido cediendo parcelas valiosísimas que jamás debieron ser objeto de transacción ni transferencia, han logrado hacerse con el control total del sistema educativo allí donde gobiernan. Y han puesto a la educación al servicio de su proyecto esencial, que es deshacer la nación de todos para construir la suya propia. Hay ya, en esos territorios, generaciones de ciudadanos minuciosamente educados en la desafección o el desprecio como mínimo a España. Lo que hoy vemos en Cataluña, por ejemplo, es consecuencia directa de ese lento pero incesante trabajo de manipulación educativa.

Lo que ahora se propone el Gobierno de Pedro Sánchez es, en lo fundamental, exactamente lo mismo que se propusieron todos los anteriores: hacer que el péndulo vuelva a la otra punta de su recorrido, que nunca se quede quieto en el centro. Deshacer por enésima vez lo que los anteriores hicieron, incluso ellos mismos. No servirá de nada y volveremos a las mismas. Hace ya demasiados años que unos llaman ‘defensa de la libertad de educación’ a lo que sus rivales políticos consideran que es todo lo contrario. Hace ya demasiados años que nadie se pone de acuerdo en el significado de una palabra tan esencial, trascendente y vital como es la ‘libertad’. Hace ya demasiados años que se juega con la educación como si fuese un arma de la pelea política cotidiana, una carta más de la baraja para vencer al rival. Y no lo es. Es la llave del futuro, es la garantía de que España siga teniendo continuidad como nación unida y a la vez diversa.

Por eso es indispensable que todos se sienten de una vez a hablar hasta que lleguen a un consenso definitivo. Encerrados, y a pan y agua hasta que lo logren.

Eso y aprender de los demás. De otras grandes naciones que apenas han modificado en años y años sus principios básicos educativos… y de los pioneros que en las colonias de Nueva Inglaterra, hace cuatrocientos años, ya tenían perfectamente claro que la educación era la llave que abría las puertas del futuro.

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