Adónde y con quién

Opinión
'Adónde y con quién'
POL

Cuando no hay una meta que alcanzar, cualquier trayecto vale. Cuando no se tiene un proyecto, cuando no se sabe dónde se quiere llegar, cualquier rumbo sirve. Y por eso no importan ni el camino ni el cómo ni con quién se recorre, ni siquiera para qué se camina. Así, para más de uno y de una, el mero hecho de flotar y permanecer es suficiente. En esos casos, les basta con adaptarse a los cambios que traen la sucesión de días y dejarse llevar. Es un modo de estar en el mundo y pasar por la vida como si la voluntad personal se hubiera volatilizado. Si eso se queda en el ámbito personal, no tiene más repercusión. Si pensamos en el gobierno de un país, de una ciudad o de una institución, obviamente, la cosa cambia.

Cambia porque no es un asunto trivial definir un punto de llegada ni la ruta a seguir. Ni tampoco es indiferente con quién se quiere viajar ni cómo se piensa recorrer. Son decisiones importantes que luego afectan a la calidad de vida del conjunto, pues siempre hay una porción de circunstancia que nos afecta. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones nos dejamos llevar por el ‘movimiento inercial’ de las rutinas institucionales. Esto, a su manera, ya lo explicó Platón con el mito de la caverna. Somos capaces de aguantar lo indecible e incluso vivir en el error por pura pereza. Hasta que un día salta la chispa.

Cuando una comunidad o una organización quiere construir su futuro ha de pensar bien a dónde quiere ir, cómo quiere hacer las cosas y a qué tipo de liderazgo piensa entregar el timón

La chispa se enciende de mil maneras. Quiero destacar dos. Una brota del rechazo, otra crece de la esperanza. La primera se produce cuando el hartazgo se hace insoportable. En esos casos la saturación tiene múltiples orígenes y combinaciones varias. Unas veces es por insatisfacción con los resultados, por promesas incumplidas o por mentiras reiteradas. Otras por cansancio, por los malos modos, por las voces altisonantes, por el desprecio, por la falta de sensibilidad… Buscamos el cambio como forma de salir del lado oscuro. Se vive como necesidad para sobrevivir y encontrar una alternativa. La segunda arranca del lado de la luz, del Sol que ilumina, del deseo de salir de la cueva para encontrar aire fresco. Está directamente conectada con la seducción que moviliza; porque, tanto el adónde se quiere llegar como la compañía para el viaje activan lo mejor de uno mismo y de la institución. Es una apuesta para soñar, con los pies en el suelo, haciendo que eso que se consideraba imposible se haga posible.

Socialmente hablando, sea en lo grande o en lo pequeño, compartimos estados de ánimo. Nos influimos mutua e irremediablemente. Esto se nota mucho más en tiempos inciertos como estos, provocados por el virus de Wuhan. Con la gestión política ineficiente, acompañada de las mentiras sistemáticas y de la irresponsabilidad manifiesta del Gobierno de Sánchez se alimenta el desencanto, la frustración y, a la larga, la rabia. Será difícil remontar la curva de la tristeza, del fracaso y la enfermedad. Porque, cuanto menos racional y más sentimental se hace lo político, más depende de las emociones circundantes. Y eso es un gran riesgo. Siempre hay carroñeros esperando a conseguir el poder para utilizarlo a su favor. Como en la Granja Animal, siempre hay unos cerdos dispuestos a quedarse con la casa del granjero y a caminar a dos patas.

En cualquier caso, todo contagio emocional también tiene una dosis de racionalidad y lógica contextual. El sentido común existe y tiene sus propias claves. Así, incluso donde se teme el cambio, en organizaciones atenazadas por líderes tóxicos o por malos gestores, es posible activar las expectativas optimistas y trazar rumbos coherentes. Es posible resistir y levantarse. Es posible enfrentarse a la corriente, sobrevivir y vencer convenciendo. Porque es posible sincronizar voluntades para compartir proyectos.

Dejarse llevar por la inercia no es la mejor solución

Cuando una comunidad o una organización tiene que construir su futuro ha de pensar bien dónde quiere ir, cómo quiere hacer las cosas y a qué tipo de liderazgo se piensa entregar el timón. Hasta el grumete, el ‘kybernetes’, sabe que no da igual dónde apuntan las velas, ni cómo se buscan las corrientes para sortear los vientos y el mal (tiempo). Se ha de sumar al resto de la tripulación para superar las contrariedades y alcanzar el puerto. Así, el propósito traza la trayectoria y no al revés.

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