Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Ciudadanos temerosos

Opinión
'Ciudadanos temerosos'
POL

Proliferan líderes estrafalarios. En 1981 irrumpió en las elecciones presidenciales francesas el cómico Coluche; era una heterodoxia política inteligente, con programas sociales tan potentes como los Restaurantes del Corazón. Los líderes histriónicos de los que hablo son otra cosa: de Berlusconi a Trump. En pocos años, estos personajes han hecho envejecer décadas la teoría política y las reglas de la comunicación; las explicaciones y pautas de actuación clásicas han quedado desbordadas.

¿Cómo pueden tener seguidores bastantes para hacerles triunfar? Una primera vez puede explicarse por hastío, desafección, enfado... pero ¿cómo, después de verles gobernar, han podido repetir el respaldo? Vemos imágenes de votantes igualmente estrafalarios –como personajes de ‘Fargo’, pero con fusil de asalto– pero el caso es que no hay setenta y un millones de estadounidenses estrafalarios. Su voto es transversal. Tiene que haber causas profundas.

Algunas se van apuntando, pero quedan lejos de explicar las dimensiones del respaldo popular. Pusimos etiqueta a sus propuestas (‘populismo’); esta asignación de ‘clase’ sirvió para ganar tiempo, pero solo explica partes de los fundamentos del éxito. Hemos ido identificando motivos de algunos bloques de respaldo pero muchos votos quedan fuera de esas razones. Algo se nos escapa; y es grande.

En la interpretación de los totalitarismos de derecha de los años veinte a cincuenta del siglo pasado (Reich, Marcuse...) se concluyó que segmentos mayoritarios de la sociedad buscaron seguridad que les protegiera de sus temores. Supervivencia tranquila; o tranquilizada. Pero hoy, ¿temores a qué? Hay factores externos que explican partes de ese desasosiego (está en cuestión la idea de mejora continua de nuestras condiciones de vida), pero tiene que haber otros.

Añado uno que procede de nuestro interior: nos comportamos como ciudadanos temerosos ante una complejidad moral que sentimos que no somos capaces de gestionar. Es fácil de entender: todos hemos visto o protagonizado episodios de cierta violencia verbal dirigidos a algún tipo de dispositivo inerte: manuales deficientes, demasiados botones... provocando reacciones irracionales por el temor a enfrentarnos a dificultades que nos superan. Es la misma reacción.

Vivimos en una sociedad que se ha hecho compleja, mucho más de lo que estamos preparados para entender y manejar. Especialmente en su soporte moral. Se espera que seamos capaces de tomar decisiones basadas en un sistema de valores con relaciones muy densas. Expectativa defraudada.

Intuimos que la lista de valores primordiales ha cambiado, pero no la conocemos completa. Están en fase de formulación: todavía se expresan de manera imperfecta y no sabemos descodificarlos para darles significado suficientemente preciso. Se nos presentan como aislados ("la salud es lo primero") cuando luego los vemos interactuando con otros ("muerte digna..."). No entendemos las paradojas: que para la realización del valor igualdad tengamos que dar tratamiento claramente desigual a situaciones semejantes. No conocemos reglas de relación ni de ponderación.

Temor cotidiano. A que nuestro lenguaje entre en conflicto con alguno de esos valores en fase de reformulación. A que nuestros rituales de cortejo constituyan ilícito penal... Demasiada complejidad; inseguridad, ansiedad inducida...

La educación debiera proporcionarnos herramientas para afrontar la gestión de esta complejidad moral, uno de los desafíos profundos de lo porvenir. Pero nadie nos instruye; ni la identifica como necesidad formativa principal. No forma parte del ‘STEM’.

En esas, el ciudadano temeroso, oye a alguien que "habla como yo". Que da una versión simplificada de esa realidad compleja que solo comprenden y manejan las élites de Harvard... Que narra una representación deliberadamente incompleta de la realidad, pero que el votante es capaz de entender. Que cuenta mentiras tranquilizadoras que mitigan sus temores. Que le ofrece un rebaño al que pertenecer.

La complejidad moral de una sociedad solo es viable si la mayor parte de los ciudadanos tiene las habilidades suficientes para entenderla y manejarse en ella. Otra cosa es soltar a un conductor novel en el circuito oval de Daytona: buscará un coche de seguridad que le saque de la pista y le lleve a un box protector.

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