Realismo frente al virus

Opinión
'Realismo frente al virus'
Krisis'20

Sí, saldremos de esta crisis. Pero no, no lo haremos más fuertes. No lo hicimos después de la primera ola del virus y tampoco lo haremos una vez hayan pasado la segunda, la tercera o cualquier otra que venga. Eso no significa que no vayamos a ser capaces de recuperarnos como sociedad, o que no podamos incluso llegar en un futuro a mejorar respecto a cómo estábamos antes de que la pandemia sacudiera nuestras vidas; sin embargo, conviene no engañarse en cuanto al tiempo y los esfuerzos que harán falta para conseguirlo. El día en que podamos decir que la situación sanitaria se ha controlado todavía está lejos, y cuando por fin llegue, habrá personas que no estarán ya con nosotros, mientras que otras habrán perdido su empleo o su negocio, o arrastrarán secuelas, tanto por la covid-19 como a causa de otras enfermedades o dolencias, que están quedando más desatendidas ante la saturación de los recursos sanitarios. Debemos trabajar sin descanso para que sean las menos posible, sin resignarnos a la fatalidad, pero, mientras tanto, por respeto a ellas, resulta casi un imperativo moral abandonar los excesos triunfalistas de los que han hecho gala hasta hace muy poco muchos mensajes institucionales, contribuyendo a alimentar una falsa sensación de seguridad. Está claro que el virus nunca fue derrotado, como afirmó Sánchez, ni estaba chamuscado, como decía Revilla, ni terminaba en verano, como pensaba Ayuso; el virus seguía ahí.

A lo largo de estos meses, bastantes líderes han buscado imitar en sus intervenciones el tono de los discursos de Churchill durante la II Guerra Mundial; sin embargo, pocos han interiorizado de verdad su espíritu, limitándose fundamentalmente a replicar su forma. Más allá de la épica con la que todavía resuenan sus palabras, la esencia de sus famosas alocuciones radica sobre todo en la brutal sinceridad con la que se expresaba, unida a una clara voluntad de no rendirse jamás. Cuando preguntaron a su sucesor, el laborista Clement Attlee, qué había hecho Churchill para ganar la guerra, él respondió que hablar de ella. Desde el principio, Churchill aspiró a la victoria, no dejaba de repetirlo en cada uno de los mensajes que lanzaba al país; no obstante, también sabía que no estaba en su mano garantizarla, por lo que no tenía sentido prometer aquello que no podía cumplir. La única certeza era la necesidad de luchar y su precio: sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Y así lo transmitió. Churchill eligió tratar a sus ciudadanos como adultos y hablarles, sin edulcorar las partes incómodas, de lo que supondría para ellos la guerra, de lo que supone cualquier guerra en cualquier lugar, y estos, lejos de caer en el desaliento, hallaron en esa franqueza una razón para confiar en él, conscientes de lo que se esperaba de ellos y a qué se enfrentaban. En nuestro caso, el deseo de dar buenas noticias, incluso cuando la realidad aconsejaba prudencia, ha provocado que el discurso público no diera una respuesta clara a estas dos cuestiones ni antes ni después del primer estado de alarma.

Dando la vuelta a las palabras de Attlee, posiblemente, uno de los mayores errores en los que ha incurrido la estrategia gubernamental planteada frente al SARS-CoV-2 ha sido no haber hablado más y mejor de su dimensión real, teniendo en cuenta no solo la vertiente médica del virus, sino también su faceta sociológica y psicológica. Una comunicación en la que debe incluirse también el lenguaje no verbal. No puede esperarse desde la política que los ciudadanos asuman las medidas preventivas si ven que sus promotores no dan ejemplo y que sus actos concretos desmienten lo que dicen. Del mismo modo, tampoco ayudan a confiar en los protocolos las evidentes incongruencias presentes en ellos, como que los centros de trabajo se consideren lugares relativamente seguros donde se puede estar sin mascarilla (a diferencia de los colegios, en los que sí que resulta su uso obligatorio en clase a partir de los seis años) y superar los límites de reunión fijados, solo con aplicar la distancia de seguridad, mientras que nuestras casas, los restaurantes, los bares o los teatros representan espacios de peligro aun siguiendo las mismas pautas. O notar que se está procediendo al cierre de comercios para reducir los contactos sociales, antes de haber probado las medidas de ventilación que sugieren ciertos expertos, mientras el teletrabajo allá donde resulta factible en la práctica no pasa de recomendación. Todas estas cosas las capta el ciudadano y actúa en consecuencia, sin que ello justifique los incumplimientos, que ni siquiera con la mejor pedagogía podrían evitarse del todo. No podemos esperar soluciones milagrosas, pero sí coherencia, empatía y realismo. Aunque ninguna de estas tres cosas vayan a resolver por sí solas el problema, ayudarían, y, en estos momentos, toda ayuda es poca.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión