En clave de lealtad

Beamonte, junto a Lambán, en la reunión de este viernes.
Beamonte, junto a Lambán, en una reunión.
DGA

Cuando Zaragoza regresó a la fase 2 coincidiendo con las ‘no fiestas’ del Pilar para evitar aglomeraciones y, por tanto, contagios, hospitalizaciones, UCI, muertos, Luis María Beamonte, presidente del PP aragonés, justificó la medida explicando que pretendía ‘proteger la vida’. Es decir, el líder del principal partido de la oposición al Gobierno de Lambán entregaba su confianza a los expertos en Salud Pública, que, a través de la Consejería de Sanidad, dictaban una orden que ampliaba las restricciones contra la covid-19. Y yo, claro, leí la frase desde un Madrid en el que la evolución y gestión de la pandemia se han convertido en un arma política. Donde Pablo Casado utiliza la capital de España como laboratorio político y escaparate de un neoliberalismo que nos dice que otro covid-19 es posible, parapetado en una presidenta en deuda con él y sin demasiado miedo a arruinar una carrera política hasta hace unos meses poco excelsa. Ayuso es una cara o una cruz; Casado tiene más monedas. Así que mientras en Madrid teníamos no pocos barrios con la brutal incidencia acumulada de más de 1.800 casos por cada 100.000 habitantes (Europa recomienda preocuparse en torno a los 60 casos), y los ciudadanos andábamos como pollo sin cabeza preguntándonos si realmente era sostenible una situación así (más del 40% de las camas UCI estaban ocupadas solo por pacientes covid), me sentí tranquilo al saber que donde viven mi familia y buena parte de mis amigos, todavía reinaba algo de cordura política y, por tanto, social y económica.

Lo cierto es que los aragoneses somos poco de sacar pecho, y realmente de una pandemia así, donde el virus no entiende de patrias, acentos ni idiomas, pocas lindes se pueden lanzar al orgullo, pero hay que reconocer que Aragón está dando una lección de buen hacer. Pasó en el complicado brote generado primero por temporeros y después por unas desbocadas reuniones sociales a las que instituciones, empresas y ciudadanía supieron poner solución. Y, obviando deshonrosas excepciones, ha vuelto a ocurrir en estos ‘no pilares’. Lo cual, se lo digo yo desde un Madrid enloquecido, es una suerte. Bastante tiene uno con levantarse cada día con gusto, olfato y sin que ningún ser querido le diga que ha empezado a toser o un ERTE.

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