Mayorías esquivas

Opinión
'Mayorías esquivas'
POL

Louis Barrows, el que fuera campeón mundial de los pesos pesados entre 1937 y 1949, solía explicar que todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer puñetazo en la cara; dicho de forma menos violenta, ningún plan sale indemne de su contacto con la realidad. Cuando el legislador constitucional reguló la moción de censura, escogió atemperar su carácter como mecanismo de control del Gobierno, al primar en su diseño la estabilidad como valor. De este modo, nuestro sistema configura la moción de censura desde un prisma constructivo, supeditando la destitución del presidente objeto de reprobación a la existencia de un candidato alternativo capaz de concitar el apoyo del Congreso; es decir, la oposición no puede forzar una crisis de Gobierno, salvo que al mismo tiempo esté en disposición de resolverla, conformando una nueva mayoría parlamentaria lo suficientemente sólida; si el cambio únicamente sirve para sustituir a un gobierno débil por otro igual o parecido, la Constitución no tiene ningún interés en propiciarlo. Sobre el papel este sería el espíritu detrás de la moción, pero, en la práctica, ninguna de las que se han planteado hasta la fecha ha cumplido con él, ni siquiera la de 2018.

Desde que Felipe González presentó la primera en 1980, las mociones se han usado de forma impropia en España, porque se sabe de antemano que se perderán, y lo que se busca es contar con una tribuna privilegiada desde la que promocionarse. No es casualidad que en el caso de Vox vaya a ser Ignacio Garriga quien defienda su moción, considerando que será también su candidato para las próximas elecciones catalanas. La de Sánchez en 2018 resulta doblemente singular porque se apartó de todas las anteriores al prosperar, pero también del texto constitucional, a pesar de que formalmente cumplió con lo dispuesto en él. De facto, la moción de censura de Sánchez actuó como una moción destructiva, porque los diputados de fuera del PSOE que lo votaron tenían más presente en general la idea de echar a Rajoy que el apoyarlo a él, asumiendo esto último como un trámite para el fin que de verdad deseaban. En algunos momentos, Sánchez hasta llegó a hablar, con la boca pequeña, eso sí, de dotar a la moción de un carácter instrumental, de manera que solo sirviera para convocar elecciones. Si bien no llegó a desarrollarse de ese modo, muestra la tónica de aquellos días. Por eso, aunque Sánchez salió investido con mayoría absoluta en 2018, el bloque de la moción nunca llegó a existir al margen del objetivo de apartar del poder a Rajoy. El PDECat, por ejemplo, se desligó del PSOE inmediatamente después.

La mayoría parlamentaria que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa carece de consistencia.

Tampoco la llamada mayoría de la investidura es mucho más real que el bloque de la moción. Si existe, lo disimula muy bien, teniendo en cuenta el tortuoso proceso de negociación que requirió la aprobación de las prórrogas del estado de alarma. Igualmente, no ayuda a creer en ella el que un año más no vaya a ser posible aprobar los Presupuestos Generales del Estado dentro de los plazos legales fijados. Más que una mayoría compacta y cohesionada, la suma de la investidura recuerda a esas reuniones televisivas que se organizan de vez en cuando con los protagonistas de alguna antigua serie famosa, previo pago a los actores de unos elevados emolumentos. En ese sentido, la mayoría de la investidura puede reproducirse por ese mismo procedimiento puntualmente, o incluso incorporar socios nuevos, pero eso no significa que compartan el mismo proyecto. Cada uno viene por lo suyo y cuando le interesa, lo cual no es nuevo, la diferencia es que nunca antes había habido que contentar a tantos a la vez y de formas tan distintas. Aun así, no sin dificultad, este complicado ejercicio de equilibrismo político podría resultar viable si no se estuviera intentando incluir en la gestión de España a partidos abierta y militantemente independentistas. Resulta curioso que Iglesias anime a construir país con la mayoría de la investidura, cuando lo que querrían algunos de sus teóricos integrantes es construir su propio país. Mención aparte merece Bildu, que manda abrazos a terroristas como Josu Ternera sin el menor rubor. Apostillar que frente a esta clase de gestos el rechazo es una cuestión de ética, no de inexperiencia.

Cada una de las fuerzas políticas que apoyó al presidente va a lo suyo, de manera que no proporcionan una base mínimamente sólida para gobernar.

Con estos mimbres, quizá se pueda conservar el poder o agotar la legislatura, pero apenas dan margen para gobernar, y menos para gobernar bien. En consecuencia, puesto que el bloque de la moción y la mayoría de la investidura tienen escasa entidad real más allá de lo retórico, hace falta trabajar en una mayoría verdaderamente operativa, lo más inclusiva posible, que supla este vacío en beneficio del conjunto de la sociedad. Una mayoría que seguramente no guste del todo a los partidos, pero sí a los ciudadanos. 

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión