Por
  • Katia Fach Gómez

El legado de Ruth Bader Ginsburg

Ruth Bader Ginsburg.
Ruth Bader Ginsburg.
Jonathan Ernst/Reuters

Hace unos años, cursé un máster jurídico en Estados Unidos y tuve que matricularme en una serie de asignaturas enfocadas a la adquisición de las competencias propias de un graduado en Derecho estadounidense. Cuando consulté el temario del curso, titulado ‘Introducción al sistema legal estadounidense’, me sorprendió encontrar en la sección referida a su Corte Suprema un apartado dedicado a los perfiles de sus nueve jueces (‘justices’). Efectivamente, cuando en el máster llegamos al estudio de ese tema, la profesora se esmeró en presentarnos, tanto en el plano jurídico como en el humano, a quienes en ese momento conformaban la cúspide del poder judicial federal de EE. UU. A través de fotos y vídeos de los nueve ‘justices’, la docente nos explicó con pasión y orgullo las más históricas decisiones adoptadas por esta comunidad de eminentes juristas.

Entre los miembros de la ‘Supreme Court’, el ojito derecho de mi profesora era la jueza Ruth Joan Bader Ginsburg. Con ella compartía origen judío y un claro posicionamiento a favor de los derechos de colectivos como las mujeres y el LGBT. La académica incidió en el origen humilde de Ginsburg y en la irreprochabilidad con la que había desarrollado su brillante carrera. Su pasión por todo lo que Ginsburg representaba se desvelaba en su vehemente forma de relatar las confrontaciones ideológicas entre Ginsburg y el juez Scalia, consiguiendo aquella docente arrastrarnos a todos hasta el tuétano jurídico de tales luchas de titanes. Antolin Scalia, católico y de ancestros italianos, deslumbraba en el Supremo por su presencia física apabullante y su poderío dialéctico. Pero, justo cuando la victoria de ese Goliath parecía inevitable, entre los renglones de una decisión crucial de la Corte Suprema se filtraba la voz tibia y delicada de la enjuta Ginsburg…

La muerte de la juez Ginsburg dará lugar a una batalla política para sustituirla en el Tribunal Supremo de Estados Unidos.

Estos fuegos artificiales docentes, tan típicos de la universidad estadounidense, cumplieron su cometido. La mayoría del alumnado, procedente de países y culturas jurídicas muy dispares, aun siendo neófito respecto al sistema legal estadounidense, supo entresacar una conclusión esencial de aquella enseñanza cuasi-teatralizada en torno a las ‘Supreme Court opinions’: el sistema judicial estadounidense había sido capaz de reinventar el sangriento final de la historia bíblica de David y Goliath. Las cabezas de Ginsburg y Scalia se hallaban en perfecto estado sobre sus respectivos hombros y ambas seguían generando un argumentario jurídico de impronta, respectivamente, liberal y conservadora, que no hacía sino reflejar esas dos sensibilidades troncales del pueblo norteamericano al que servían. La moraleja mostraba además que ambos no solo llevaban varios lustros compartiendo un trabajo de altísima responsabilidad que les exigía reflexionar sobre opiniones jurídicas antagónicas a las propias, sino que también habían logrado cultivar una honesta amistad personal. Esta sintonía quedó plasmada en la ya mítica frase pronunciada por Scalia respecto a Ginsburg: "A ella le gusta la ópera y es una persona muy agradable. ¿Qué es lo que no me gusta? Sus puntos de vista sobre el derecho".

Pero las diferentes sensibilidades en el seno de esa institución no impiden que se desarrolle un debate jurídico profundo y civilizado.

La armoniosa convivencia de este tándem sobrepasó además el mundo de los profesionales del derecho y permeó estratos muy diversos de la sociedad. Tanto es así que en el año 2015 se estrenó en Estados Unidos la ópera ‘Scalia/Ginsburg’, cuyos melómanos protagonistas tuvieron la posibilidad de disfrutar en directo. La frase "We are different. We are one", utilizada para publicitar esta creación musical, dice mucho en torno a la esencia del mandato que han de cumplir los jueces de la Corte Suprema estadounidense. El mismo año se publicó una biografía de esta jueza con cuerpo de jilguero, que se convirtió en un superventas. En 2018, cuando su llama física estaba ya muy debilitada, se estrenó una aclamada película documental sobre Ginsburg.

En este 2020 aciago, la silla de madera desde la que posaba Ginsburg en las fotos grupales de la ‘Supreme Court’ ha quedado tristemente huérfana. Desde los palacios del césar republicano ya comienzan a llegar rumores de que la sustitución de esta icónica jurista se va a perpetrar con nocturnidad y alevosía. Imagino que si Scalia pudiese opinar, realizaría su discurso público más memorable, pidiendo que nadie mancille la silla de su buena amiga Ruth.

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