Por
  • J. L. Rodríguez García

Dilemas

Detalle de la fachada del Congreso de los Diputados.
Fachada del Congreso de los Diputados.
Enrique Cidoncha / HERALDO

A lo largo de las desconsoladoras semanas de confinamiento hemos escuchado machaconamente una pregunta que ha terminado por aburrir: ¿saldremos mejores o peores de la situación? Respuestas al dilema para todos los gustos, vibraciones de aplausos y caceloradas, epítomes perfectos de las muy reales alternativas. Me temo que todo se ha desvanecido: la ciudadanía ha salido del claustro obligado como entró, es decir, los estúpidos haciendo gala de su estulticia y los bondadosos animando su ego bienintencionado. Creo que la pascaliana "caña pensante", metáfora del ser humano, ha mostrado en general que es más caña que mece el viento que razonamiento mesurado. En fin, no es malo alimentar alguna dosis de pesimismo. Porque es lo que hay.

La clase política ha permanecido imperturbable a lo que ocurría a su alrededor...

Lo que se obvió, no obstante, es el dilema que tenía que haberse puesto ante nuestros ojos. Que no es otro que el de si la clase política saldría mejor o peor parada de la insufrible y dolorosa situación vivida. Y creo que la clase política ha permanecido imperturbable a lo que ocurría a su alrededor, obsesionada en engrasar la economía costase lo que costara y en salvaguardar sus respectivos cotos de caza, disparando salvas de fuego real contra el siempre resucitado adversario. Y no hago excepciones. Unos y otros, todos. Ni mejor ni peor ha salido la clase política del desconfinamiento, sino exactamente igual a los meses y años anteriores a marzo de este horrible 2020. Nada nuevo bajo el sol: la inercia de los delirios nos sofoca.

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