Moncayo nuestro

El Parque Natural del Moncayo es uno de los destinos más elegidos por las familias para hacer senderismo.
El Parque Natural del Moncayo.
Guillermo Mestre

Antes de este comienzo de curso distópico, igual de incierto en Estados Unidos que en España, he paseado por rincones mágicos cerca del Moncayo, a ver si funcionaban hechizos o plegarias. Invocaciones aparte, más que un milagro hará falta ante la gestión tardía y la deriva de los acontecimientos. Pero como la fe es lo último que se pierde, me dejé llevar por la leyenda en aras del turismo rural.

En Los Fayos, mi punto de partida, dicen que las brujas acudían a implorar al santo Macarro, relieve de piedra en una de sus cuevas naturales. En verdad (lo sabía Quevedo), así se llama un juego en que varios le pintan la cara a uno, y el que no aguante la risa, la paga. Ya que el venerable procede del santoral burlesco, mejor recurrir a Sor María de Ágreda, amiga de Felipe IV, que vino a parar en estas tierras extraordinarias para visitarla, según cuentan sus cartas. Quién tuviera, como ella, el don de la bilocación (a la vez en Soria y Texas): podría postrarse al mismo tiempo ante el pozo de los Aines, en Grisel, y junto al camino que desemboca en Veruela, lugar idóneo para refugiarse de la pandemia y meditar bajo los cada vez menos árboles que circundan el monasterio. Siguiendo el rastro de Bécquer, un tributo obligado a las brujas de Trasmoz y al castillo del que las despeñaban, que algo de magia conserva. De hecho, uno de sus últimos propietarios fue Manuel Jalón, inventor de la fregona y la prodigiosa jeringuilla desechable. Si los dioses no muestran piedad, siempre nos quedará la ciencia.

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