Anchoas lejanas

Fernando Simón ha reconocido que la situación es muy preocupante.
Fernando Simón ha reconocido que la situación es muy preocupante.
Juan Carlos Hidalgo / Efe

Llegué a Zaragoza desde Cantabria y, en lugar de pasar el fin de semana con mis padres, quedé con ellos en la estación de Delicias con una mascarilla FPP2, no les abracé, ni les besé, casi les lancé las anchoas que les había comprado y cogí un AVE a Madrid para quedarme en casa unos días por precaución. Sin síntomas, sin haber estado en lugares de riesgo, habiendo cuidado las nuevas normas de higiene y sin haber tenido contacto estrecho con ningún positivo ni persona con sintomatología compatible. Solo venía de algo tan inocente como unas vacaciones tranquilas que, en el mundo de antes (el mundo que volverá con las vacunas, los tratamientos y, en definitiva, la responsabilidad individual y la ciencia) hubiera supuesto una cena en una terraza de algún bar de Casetas y un finde perseguido por mi madre en casa para que comiera fruta. Pero ahora nada de eso puede ser y cuesta acostumbrarse. Volví a Madrid triste y cabreado por las cosas que nos está quitando esta epidemia; y conste que cuando me vienen sentimientos así procuro reeducarme: tengo trabajo, mis padres están sanos, no tenemos problemas económicos y yo odio la tristeza prescindible.

El otro día E. me preguntaba qué otoño e invierno nos esperaban. Si podríamos ver a nuestros amigos, a nuestros padres, comer o cenar en un restaurante cerrado y con calefacción... Y lo cierto es que no lo sé. Me temo que, si somos responsables, vamos a tener que obligarnos a unos meses de frío más solitarios que de costumbre y, de paso, canalizar la rabia que nos den los momentos que se pierdan. Inventar nuevas formas de demostrar el cariño; una suerte de contrato social por el que la distancia no signifique lejanía. Y también, permítanme la frivolidad, pedir más comida a domicilio.

En los últimos días observo excesiva preocupación por si nos volverán a confinar como en marzo y abril; algunos lo hacen por miedo a perder sus lisiados empleos o empresas, pero otros tengo la sensación de que lo hacen por evitar algo que simplemente les resultó tedioso. A la pirámide demográfica le faltan niños y gente madura. A nosotros: cierto grado de felicidad cuando hagamos algo por el resto que será casi invisible pero que estará salvando vidas y negocios, construyendo patria en su definición más digna y coherente.

@juanmaefe

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