Por
  • Inocencio F. Arias

El zar Putin se corona

Valdimir Putin quiere perpetuarse en el poder en Rusia.
Valdimir Putin quiere perpetuarse en el poder en Rusia.
Alexei Nikolsky / Efe

El día 26 de junio se debería haber celebrado el 75 aniversario del nacimiento de las Naciones Unidas en San Francisco. Pero no hubo fiesta, y no solo por causa del coronavirus. La ONU no está de moda y los dirigentes de las grandes potencias tienen la mente puesta en otra parte. Trump está a cuatro meses de las elecciones, la pandemia le ha dado un palo a su prestigio y su contrincante Biden puede ganarle, especialmente ahora que ha tomado al fin la iniciativa con la designación de Kamala Harris como aspirante a la vicepresidencia. Boris Johnson también ha sufrido un bofetón con las cifras letales del virus en el Reino Unido. Y en Francia, Macron ha visto cómo su formación daba un pobre espectáculo en las elecciones municipales, donde han quedado muy bien los verdes, que han ganado varias ciudades importantes. China sigue en campaña mundial para lavar su imagen por su reacción tardía y su ocultación de datos en los primeros días de la pandemia. Y en Rusia, el todopoderoso Vladimir Putin, justo ese día 26 de junio, estaba montando una ceremonia increíble que le puede permitir continuar en el poder hasta 2036.

Si vive hasta entonces y no lo deja antes voluntariamente, Putin acabará siendo el dirigente ruso con mas años al frente del país de toda la historia. El nuevo zar organizó, entre el 25 de junio y el 1 de julio, un referéndum consultivo en el que se desarrollaban diversas enmiendas a la Constitución -prohibición del matrimonio entre homosexuales, 

introducción de la religión en el texto legal…-, pero cuyo meollo era eliminar el límite de los mandatos presidenciales. Con el nuevo texto, Putin parte de la casilla cero. Los más de diez años que ha estado en el Kremlim han sido borrados, no cuentan a la hora de calcular el tiempo que aún puede seguir ejerciendo el poder.

Lo curioso es que muchas de las cláusulas ratificadas ya habían sido aprobadas cómodamente por el parlamento. Greg B. Yudin, en el ‘New York Times’, comenta que "desde un punto de vista jurídico el ejercicio era demencial". El objetivo del ‘show’, en consecuencia, era convertir a los ciudadanos en cómplices del recorte de libertades y del deterioro del Estado de derecho que viene practicando Putin. Y en darle carta blanca para que siga ocupando el Kremlin mientras quiera. En el 2036 Putin tendrá 83 años. Los ciudadanos respondieron afirmativamente de forma clara. Según las cifras oficiales, dudosas para bastantes observadores, la participación habría sido del 67% y habrían votado ‘sí’ el 78%.

 

Las denuncias de irregularidades han sido numerosas. Abundantes comentaristas, sobre todo extranjeros, hablan de triquiñuelas. Oficinas de voto peculiares, algunas en el maletero de un coche, rifas y regalo para los votantes, presiones sobre los funcionarios para que no se abstuvieran y algún pucherazo: en la región de Yamalia el porcentaje de participación habría superado el cien por cien, ¡como en los mejores tiempos de la Unión Soviética! La organización Golos, autora de frecuentes encuestas, afirma que es una de las votaciones menos transparentes y más manipuladas de la historia de la democracia rusa. Putin, con todo, controla los medios de información importantes. Las ciudades en que la participación y los síes han sido menos abultados han sido Moscú y San Petersburgo, poblaciones en que las redes sociales, menos controladas, tienen mayor peso. La juventud tampoco ha sido muy entusiasta.

Por hinchados que estén los datos, que lo están según rusos creíbles, es un hecho que Putin, aunque ya no conserva el 70% de popularidad que tenía hace años, sigue teniendo una aceptación que para sí quisieran muchos líderes occidentales. Ha dado a los rusos estabilidad, todos aborrecen las locuras y la inseguridad de la época de Yeltsin, y, para un país patriotero, ha colocado a Rusia de nuevo en la primera fila de la escena internacional. Ahí se ha colado China por delante, es cierto, pero Rusia no está marginada.

No todo, sin embargo le sale bien en ese tablero. El apoyo a Siria es costoso, ha debido lanzar doce vetos en la ONU para apoyar a su aliado árabe. Eso desgasta. En Libia, también hay reveses. Respalda, con mercenarios y aviación, a Jalifa Haftar, un comandante que quiere derribar al gobierno de Trípoli reconocido por la ONU, en un comportamiento singular para un miembro permanente del Consejo de Seguridad. Turquía ha salido respondona y ha asestado varios mazazos a Haftar y a los mercenarios rusos.

Putin, que ahora quiere subir puntos con el anuncio precipitado de una vacuna contra la covid, parece haber llegado a un pacto con su pueblo, yo te doy seguridad y tú cierras los ojos a mis trapacerías. Pero el acuerdo ya tiene grietas y las secuelas económicas de la pandemia las pueden agravar.

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