Radar covid-19

Aragón
Un hombre con mascarilla, junto a una pintada de la covid en Zaragoza.
Guillermo Mestre

El coronavirus afecta al carácter. Ahora que los días con más muertos van alejándose, esa especie de ser humano que cree elevarse por encima del resto empieza a despuntar animado por saber que se le empieza a reír la gracia. Cuando se cumplen más de 30 años uno tiene al menos una colección de cinco personas que arruinan su vida por cumplir las expectativas del personaje que han creado. Es una falsa felicidad que duele y que veo como miro una cornada: desde la barrera, calculando el dolor. Quizá uno de los dramas de nuestro mundo es pavonear un traje de éxito que no va tanto por tomar las medidas al bien común como al propio, es por eso que los más débiles de personalidad andan ya como que les estorba la mascarilla, la higiene de manos o la distancia física (que no social). Me refiero a ese tipo que abraza a los colegas, hace una bromita con el contagio y lleva la mascarilla en el codo o en la barbilla. Un tipo que está moralmente empatado con el que hace gala de no haber pisado todavía una terraza ni haber visto a un amigo. Son, en definitiva, dos caras de la misma moneda, que paga la infelicidad de una vida insatisfecha, sin herramientas autónomas y dependiente. Son la respuesta a preguntas que nadie les hace y que nadie necesita; el resumen de que existen los espejismos. Con el agravante de que ciertas actitudes, con la covid-19 todavía circulando, nos ponen en riesgo a todos.

Cuestión distinta, y merece una reflexión como sociedad, son los brotes protagonizados en muchas zonas por temporeros o trabajadores de ciertos sectores. Como si de una metáfora se tratara, los más débiles (salarios bajos, pésimo cumplimiento de normativa de riesgos laborales, condiciones de habitabilidad a veces infrahumanas...) acaban siendo el reducto al que un virus, un parásito, recurre para sobrevivir. Sería deseable que esos brotes pongan de relieve las condiciones que algunos trabajadores padecen. Que la covid-19 manifestara una situación que dura (y durará) más que esta enfermedad, y que no requería de contagios para poner de manifiesto la vergüenza que supone que exista. Si lo atajamos y les damos trabajo pero también dignidad, quizá este maldito bicho deje algo positivo de un reguero devastador: trabajos dignos y un radar para detectar imbéciles.

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