Contrapesos y coronavirus
Con más de 2,7 millones de personas infectadas y cerca de 130.000 muertos, Estados Unidos se ha convertido en el país más afectado por el coronavirus. La despreciativa actitud de Donald Trump hacia la enfermedad, solo comprensible desde una absoluta irresponsabilidad, llegando a calificarla como "un virus extranjero", le ha permitido apelar a milagrosos bebedizos para garantizar su cura, negar el uso de la mascarilla o convocar multitudinarios mítines carentes de toda protección; un desordenado comportamiento sin directriz que ha desatado la preocupación entre los expertos y las autoridades sanitarias americanas.
Amarrado a un populismo de matriz ultranacionalista, la última decisión del presidente estadounidense ha sido la compra de toda la producción mundial para los próximos tres meses de Remdesivir, uno de los medicamentos que se muestran efectivos contra la covid-19. El buscado efecto en la popularidad del presidente, inmerso en la carrera por la reelección, solo confirma la insolidaria visión de la Casa Blanca en una crisis cuyas respuestas a nivel mundial deberían haberse trazado desde la responsabilidad compartida. Trump, que desde el inicio de su mandato ha ignorado el legado de anteriores administraciones respecto al papel que le corresponde y debe jugar Estados Unidos en la gobernanza mundial, ha incorporado el egocentrismo populista como mejor mecanismo de interlocución.
Con la pandemia hemos descubierto que cuando se ignora la prudencia, el comportamiento aristotélico que fija un ‘justo medio’, ese punto intermedio donde también se sitúa la virtud que afecta al buen gobernante, los efectos terminan siendo catastróficos. El populismo se ha permitido poner en tela de juicio los protocolos sanitarios, y comportamientos como los de Jair Bolsonaro o Donald Trump han contribuido a que el coronavirus se extienda velozmente por Brasil y Estados Unidos, concentrando en estos dos países el 40 por ciento de los casos mundiales. Bolsonaro, al que el Tribunal Supremo tuvo que obligarle a facilitar los datos de enfermos y fallecidos que negaba a la opinión pública, refleja una sinrazón solo comparable con la de Trump, enfrentado con la Organización Mundial de la Salud (OMS) precisamente por el choque que implica una visión transnacional de esta pandemia.
Todo populismo arrastra una soberbia que sirve para despreciar los efectos negativos que conllevan sus decisiones. Nadie dijo que gobernar fuera una tarea sencilla, pero hacerlo pensando en el beneficio inmediato solo contribuye a destrozar las bases de la convivencia.
La novela de William Golding ‘El señor de las moscas’, un clásico de la literatura juvenil y toda una referencia literaria, refleja las tensiones entre la defensa de las normas y el descalabro causado por la violencia y la falta de respeto a la democracia. "Las reglas son lo único que tenemos", insiste el protagonista, aunque su antagonista replica: "¡Al cuerno con las reglas! ¡Somos fuertes…, cazamos! ¡Si hay una fiera iremos a por ella! ¡La cercaremos, y con un golpe, y otro, y otro…!". Golding, que finaliza su relato cuando en la isla aparece un adulto que concede nuevamente entrada a la realidad, muestra que incluso el paraíso puede destruirse.
Tolerar que las decisiones de Trump se asienten en la bravucona fortaleza que concede el populismo no solo es un peligro para luchar contra la covid-19, sino que también implica un deterioro del valor que debemos conceder a la globalización como medida para ofrecer respuestas únicas ante problemas compartidos. La recién inaugurada presidencia de turno de Alemania en la UE, con el deseo de Angela Merkel, huyendo de todo aislacionismo, de trabajar juntos para fortalecer Europa tras la pandemia, debe servir para colocar sobre el tapete internacional otros valores y prioridades distintos a los expresados por Trump. Ignorar esta responsabilidad o mirar introspecivamente generará una dificultad que frenará la recuperación.
