Por
  • M.ª Pilar Benítez Marco

Golondrinas

Opinión
Golondrinas.
Pixabay

Creo que, de niña, conocí a las golondrinas antes por la rima de Bécquer que por el libro de ciencias de la naturaleza. Ya, de estudiante universitaria y en mis estancias en Ansó, para estudiar su habla, las seguí descubriendo a través de aquellas mujeres que, a finales del siglo XIX y principios del XX, emigraron a trabajar a las fábricas de alpargatas de Mauleón. Marchaban en otoño y regresaban en primavera. Su condición migratoria, su atuendo negro y blanco, y sus alegres cantos las asemejaban a las ‘golondrinas’ y así las llamaban. En los últimos años, me interesaron las #golondrinasalaRAE, unas campañas que eligieron el término "golondrina" por ser una de las pocas palabras, cuya distinción entre femenino y masculino no es peyorativa para el primer género.

Traspasar los límites del significado denotativo y objetivo de una palabra amplía las perspectivas de contemplar, analizar y reflexionar sobre la realidad. Por eso, ahora que vuelven las golondrinas y la tan anunciada "nueva normalidad", es posible que, como en el poema de Bécquer, no lleguen las mismas golondrinas ni la misma normalidad de la primavera anterior. Pero tal novedad, provocada por la crisis sanitaria de la covid-19, debería ser una oportunidad para crecer como sociedad y plantear una vida más sencilla, más esencial, más empática, como la de aquellas ansotanas que, pese a los tiempos difíciles que atravesaron, volvían a cantar cada primavera, porque eran libres, porque confiaban en su grupo de ‘golondrinas’. 

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