Los últimos días de Machado

Biblioteca Nacional. Antonio Machado.
Antonio Machado, aquí con su hermano Manuel, murió en Colliure en 1939.
Archivo Heraldo.

En febrero de 1978 José María Moreiro publicó un gran reportaje sobre los últimos días de Antonio Machado y logró entrevistar a Matea Monedero, cuñada del poeta –pues fue la mujer del pintor José Machado– y uno de los tres miembros de la familia que acompañaron al poeta al destierro. Era por entonces la única superviviente de ellos, pues la madre, doña Ana, murió tres días después que su hijo, el 25 de febrero de 1939, y José lo hizo en 1958. Matea convivió mucho con Antonio Machado, primero en Madrid, en la calle del General Arrando, casi desde que se casó con José, después en Valencia, en el chalet de Rocafort, aquel en el que Machado "se quedaba trabajando por las noches, en la camilla del comedor, con su café sobre la mesa, el abrigo sobre los hombros y fuma que fuma", muchas veces hasta que se hacía de día, y luego en Barcelona, en un primer momento en el hotel Majestic y luego en la torre Castañer, en la falda del Tibidabo. En ella escribirá Machado sus colaboraciones para ‘Hora de España’, su prólogo para ‘La corte de los milagros’, de Valle-Inclán, y su último artículo para ‘La Vanguardia’.

Cuando el 15 de enero las tropas del general Yagüe tomen Tarragona, Machado y su familia recibirán instrucciones de dirigirse hacia la frontera. Lo hicieron en una ambulancia y con ellos, recordaba Matea, viajaron también José Moreno Villa, Tomás Navarro Tomás y Corpus Barga, entre otros. Al llegar cerca de la frontera, tuvieron que bajarse y continuar andando. Dejaron en la ambulancia sus maletas para ir más deprisa (ya antes habían tenido que abandonar un baúl con sus ropas) y nunca más volvieron a verlas, por lo que entraron en Francia con lo puesto. "Lo perdimos todo –le decía Matea a Moreiro–. Seguro que Antonio llevaba papeles… porque había trabajado mucho en Barcelona, que se perdieron para siempre". Los hermanos Antonio y José Machado, su madre doña Ana, y Matea pasaron la noche en la estación de Cerbère, en un vagón de tren. No tenían francos y el poco dinero español que llevaban no se lo aceptaban. Navarro Tomás contó que fue Corpus Barga quien consiguió de un amigo de Perpignan un préstamo en francos, y con ese dinero instaló a Machado y a su familia en Collioure "anticipando el pago del hospedaje hasta que la Embajada se hizo cargo de los gastos", y el resto del préstamo lo repartió generosamente entre los otros miembros del grupo. La gran humanidad de Corpus Barga era bien conocida, y José Janés contó cómo fue el propio García de la Barga, junto con Domenchina y Jarnés, quien más ayudó para tratar de salvar la vida de su amigo, el poeta falangista Félix Ros, enemigo político de todos ellos.

La familia Machado y Corpus Barga, éste llevando en brazos a doña Ana, que ya estaba muy enferma, llegaron a Collioure y se hospedaron en el hotel Quintana. Esa misma noche, una vez que dejó a los Machado instalados, Corpus Barga se marchó. Le contó Matea a Moreiro que su marido y su cuñado no tenían cada uno más camisa que la puesta, por lo que cuando había que lavarla uno bajaba al comedor mientras el otro le esperaba en la habitación para bajar después. Les ayudó mucho esos días la señora Figueras, una catalana que tenía una tienda de tejidos en la plaza, quien resolvió aquel problema entregándoles otra camisa a cada uno. Según el testimonio de Matea, la noche anterior a caer mortalmente enfermo, Antonio Machado, a quien nunca le gustó usar barba ni llevar el pelo largo, entró en su habitación y le dijo: "Estos pelos no me gustan nada. Me los tienes que cortar, Matea. Yo no puedo estar con esta pinta". Y puesto que insistía en ello, Matea le cortó el pelo. Machado les dio las buenas noches y se volvió a su habitación. Matea le preguntó entonces a su marido si no le parecía raro el comportamiento de su hermano, preocupándose del pelo en aquellas circunstancias, y José le contestó: "Sí, yo creo que Antonio se siente morir y no quiere verse con ese pelo".

Murió el 22 de febrero de 1939 y tuvieron que sacar el cadáver de la estrecha habitación levantándolo por encima de la cama donde doña Ana –mamá Ana, la llamaba Matea– agonizaba inconsciente. Lo amortajaron con una sábana porque así lo quiso su hermano, interpretando la voluntad del poeta, y lo que más impresionó a Matea fue cuando al día siguiente por la mañana, en la propia habitación, vio meter el cadáver de su cuñado en un ataúd de zinc "y se pusieron a cerrar la caja con un soplete. Fue horroroso. El golpe más tremendo. Era como si estuvieran enterrándolo en casa, delante de nosotros". Este escalofriante testimonio de primera mano de Matea Monedero bien merecía la pena traerlo aquí para recordar a Machado estos días, y consolarnos en nuestro confinamiento al ver en qué condiciones murió el mejor poeta español del pasado siglo.

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