Simón y el espejo

Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias sanitarias.
Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias sanitarias.
EP

Hay personas que, por ejemplaridad, son un espejo perfecto. Tanto, que todos los reflejos aparecen claros y evidentes ante ellos, para bien y para mal. Para mí, el espejo de esta triple crisis que vive España está siendo Fernando Simón, el médico zaragozano que dirige el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad. La magnitud de su papel como bisagra experta, educada y templada frente a la debacle del país por los efectos del coronavirus crece a cada paso que cierto sector del país da hacia los intereses propios: políticos, económicos, ideológicos o meramente personales. Pasó con su rapapolvo a todos los que utilizaron un error del portavoz de la Guardia Civil sobre el papel de este cuerpo en la lucha contra los bulos, pero ni siquiera está siendo necesario que se manifieste para dejar en evidencia a los ignorantes, demagogos o directamente jetas.

Es paradójico que un columnista diga lo siguiente, pero las personas deberíamos poner en cuestión el valor sobre el que se sustentan nuestras opiniones para decidir si debemos expresarlas. La libertad de expresión es un hecho, pero sin responsabilidad individual es un cáncer del que, desde luego, merece la pena pagar el peaje. Con esto quiero decir que enfrentado el país a una epidemia que trae de cabeza a los científicos, no sé qué sentido tiene que los que no tenemos ni idea nos atrevamos a enunciar la frase ‘yo opino que...’. Porque si no sabemos de lo que estamos hablando, lo que usted o yo pensemos importa bastante poco y además probablemente nos hará quedar como unos ignorantes. ¿Nunca les ha pasado que han oído hablar a una persona con ignorancia de un tema del que ustedes sabían bastante y han pensado: menudas burradas está soltando? Pues de eso todos somos víctimas y verdugos.

Simón da cada día, en cada rueda de prensa, una lección no solo de conocimientos sino que cuando algo no lo sabe, lo dice, incluso si la gente busca en él certezas porque tiene miedo. Y es en esa forma tan sencilla de admitir los límites, donde desbanca todos los excesos de las jaurías que se construyen, voraces, sordas e indignas, a ver si pescan algo en un río revuelto de muertos, enfermos, solitarios y desempleados. Porque Simón no ‘opina que...’ y tampoco lo necesita.

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