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Un gobierno a paseo

Paseo
Paseo
Pixabay

Había una vez un país que tenía el sistema sanitario más envidiado del mundo. Tanto, que el más poderoso de los dirigentes puso sus ojos en él para intentar copiarlo. Hasta que un invierno comenzó a propagarse un virus contra el que no había vacuna. Era tan contagioso que incluso quienes no tenían síntomas podían transmitirlo sin saberlo. En un principio, desde los poderes públicos se llamó a la calma y se lanzó el mensaje de que no había que ser alarmista porque se trataba de una enfermedad similar a la gripe. Y no se ocuparon desde el primer momento de proteger a los más vulnerables y a los encargados de cuidarlos y curarlos. Así que el patógeno encontró flancos débiles entre los médicos y enfermeras de atención primaria, entre los cuidadores de las residencias de ancianos y centros de atención social a menores y enfermos mentales, entre los sanitarios de los hospitales, entre los trabajadores de la limpieza y quienes trasladaban a los pacientes…

Mientras tanto, se decretó el estado de alarma y la población en general tuvo un comportamiento ejemplar, salvo excepciones como la del alcalde de la cuarta ciudad más poblada de Cataluña, que se saltó el confinamiento, condujo haciendo eses y mordió la oreja al agente que le dio el alto. En especial destacó el ejemplo que dieron los niños, que durante más de 40 días permanecieron en sus hogares e hicieron deberes sin parar. Demostraron tal madurez que daban ganas de dejarles a los mandos del Gobierno y permitir al presidente, sus vicepresidentes y sus ministros salir a dar un paseo acompañados de un adulto.

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