Por
  • Andrés García Inda

Arrepentirse

Pedro Sánchez y el ministro de Sanidad, Salvador Illa, este sábado durante la reunión del Comité Científico del COVID-19.
'Arrepentirse'.
EFE

Tiendo a desconfiar, por principio, de quienes afirman radical y rotundamente que en su vida no se arrepienten de nada. Entiendo que cuando alguien dice algo así lo que indica es que, en líneas generales, está bastante satisfecho con su existencia. Pero imagino también que si mira su pasado y su presente con cariño siempre habrá algo que, si pudiera, hubiera cambiado o hecho de otra manera, aunque sea un detalle aparentemente insignificante: alguna decisión desacertada, un error de diagnóstico, cierta palabra mal dicha, aquella herida causada a otro…

No sé. En mi caso, como tiendo a meter tanto la pata, estoy siempre arrepintiéndome de casi todo, lo que no quiere decir que sea lo suficientemente virtuoso como para enmendarme (de la penitencia y el propósito de enmienda ya hablaremos otro día). Además de la misericordia ajena, lo único que puede salvarme, si esta fuera una atenuante, es la simpleza: A pesar de mi empeño en corregirme tiendo a tropezar cientos de veces con la misma piedra. Y si no es la misma se parecen mucho. Hago míos por eso los versos de Luis Rosales cuando afirmaba que "jamás me he equivocado en nada, / sino en las cosas que yo más quería". Que es una forma de decir que había fallado en todo, según lo que decía Chesterton: "Hay una sola cosa que es necesaria: todo. / El resto es vanidad de vanidades". O de subrayar la importancia de esas cosas aparentemente insignificantes. Ya saben que la verdad está en los matices, o el diablo en los detalles. Lo esencial se expresa en lo accesorio, como una palabra o un gesto de desprecio (o de cariño) o un pequeño nido devastado (o reconstruido) por la mano del hombre.

Tal vez por eso me sorprendieron –y no para bien– las declaraciones que el Ministro del Interior hizo en una entrevista publicada el pasado domingo, afirmando que en relación con la gestión de la crisis sanitaria, social y política que estamos viviendo, ni él ni el Gobierno tenían nada de qué arrepentirse. Si el arrepentimiento consiste, como reza el Diccionario de la RAE, en "sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo", eso quiere decir que el Gobierno está feliz y contento con su labor y con su resultado y que, por lo mismo, no cambiaría nada. Según él, no se podía hacer mejor. Lo que significa que volverían a hacerlo todo igual: los oídos sordos a las alertas de la OMS, la imprevisión en el aprovisionamiento de material médico, el retraso en el diseño de protocolos y pautas de actuación, la descoordinación con otras administraciones y poderes públicos, el fraude en la compra de los tests, los errores normativos, las declaraciones disparatadas, la falta de transparencia…

¿No cabe preguntarse si podrían haberse evitado algunas muertes, si se podría haber mitigado el estrés sanitario, o si el impacto social y económico podría haber sido distinto?, ¿ni siquiera para, en su caso, hacerlo mejor la próxima vez? La incompetencia suele ir abrazada a la soberbia. Aunque también es cierto que si el objetivo o la preocupación última en realidad es consolidar o mantenerse en el poder a cualquier precio, aunque sea como un pestilente cadáver en pie sobre un erial humeante, entonces tiene razón: no hay nada de lo que arrepentirse.

Supongo que muchos piensan (y el ministro, por lo que se ve, está entre ellos) que arrepentirse es un signo de debilidad o de fracaso. Pero para mí es al revés. No solo es un ejercicio de realismo y fortaleza, sino la condición necesaria para sanar lo que está roto o herido (o para el perdón): arrepentirse de lo que hemos hecho mal o podríamos haber hecho mejor. Ya lo hemos dicho en otras ocasiones: reconocer el error es la condición necesaria para el aprendizaje.

Nos dicen que nada va ser igual cuando acabe la crisis (probablemente es verdad) y nos aseguran que tendremos que cambiar muchas cosas. ¿Pero cuáles? La crisis ha puesto una vez más de manifiesto la necesidad de corregir, a nivel personal y estructural, aspectos que no ayudan a hacer mejor la política y que cuando llegan los problemas de verdad constituyen un enorme obstáculo (la balcanización territorial y administrativa, la falta de preparación de los responsables públicos, la politización de los expertos al servicio de los intereses gubernamentales, la polarización emocional e identitaria como estrategia de gestión pública, el endeudamiento infinito…). Pero no sé si estamos realmente dispuestos a hacerlo. Necesitaríamos arrepentirnos para ello.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión