Por
  • Pablo Guerrero Vázquez

Viva la normalidad

La aburrida normalidad de la democracia parece preferible a las emociones de los tiempos políticamente convulsos.
'Viva la normalidad'.
HA

Si hoy fuese 25 de marzo, la Fundación Manuel Giménez Abad habría celebrado una jornada sobre desigualdades territoriales en España y Alemania, y yo habría aprovechado estas líneas para dar noticia del evento y disertar sobre la cuestión. Posiblemente, después de introducir el tema, habría concluido que las desigualdades territoriales que más nos obsesionan, que son aquellas que se dan entre Comunidades Autónomas, puede que sean menos preocupantes que aquellas otras que se dan dentro de una misma región. De hecho, la Fundación Friedrich Ebert, que hubiese coorganizado la jornada, ya analiza bajo este prisma las desigualdades territoriales que se dan en Alemania.

Si fuese día 25, habría acudido a las Cortes en bicicleta, bajo un sol prácticamente de abril, mientras Zaragoza dormía la siesta despreocupada. Al terminar, seguro, habríamos cogido un capazo a la puerta. Y al terminar el capazo, que no hubiese sido breve, habría intentado invitar a unas tapas a mi querido Darío y, como tantas otras veces, me habría terminado invitando él a mí (en contra de mi voluntad).

Sin embargo, hoy no es 25 de marzo, sino 14, porque hace un par de sábados se congeló la primavera justo antes de que llegara. Sin caer en la melancolía, ni el optimismo naíf, esforcémonos en encontrar brotes de normalidad en nuestra vida confinada. Corrompiendo una copla recogida por Bergamín en 1937, cabría decir que "la normalidad ha muerto / la llevan a enterrar / los frailes van cantando: / ¡viva la normalidad!".

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