Director de HERALDO DE ARAGÓN

Nuevos miedos

Dos personas con mascarillas en el aeropuerto de Charles de Gaulle en París.
Dos personas con mascarillas en el aeropuerto de Charles de Gaulle en París.
GONZALO FUENTES/Reuters

Hablamos de ‘fake news’, de miedos y exageraciones informativas, y nos damos de bruces con el coronavirus. Un peligroso foco noticioso, más dañino que el propio virus, adornado por una apocalíptica visión que nos introduce de lleno en el terreno de la desconfianza y que, especialmente, actúa limitando nuestra capacidad de respuesta. Sin restarle importancia a la enfermedad –la OMS elevó el pasado viernes a «muy alto» el riesgo de propagación del coronavirus a nivel mundial– pero circunscribiéndola en su justo término, tanto por sus consecuencias como por la capacidad de recuperación que muestran la mayoría de las personas infectadas, el problema parece centrarse en las vacunas que hemos dejado de administrar. No nos hemos vacunado contra la desinformación y el miedo, permitiendo que una nueva pandemia corra por las redes distribuyéndose en ocasiones en forma de bulo. Dudamos de todo o casi todo, elevando el grado de desconfianza hacia las administraciones públicas y hacia los portavoces autorizados, creyendo imprescindible encontrar en nuestros teléfonos móviles una verdad única que logre apaciguarnos frente al COVID-19. Las advertencias que hablaban de que podría ocurrirnos lo que hoy nos pasa no han sido suficientes para construir una barrera protectora frente a estas nuevas borrascas informativas.

El miedo en forma de mascarilla se ha extendido por medio planeta y los mercados financieros, acostumbrados a todo tipo de movimientos especulativos sufren importantes desplomes en sus cotizaciones. La semana bursátil ya ha adquirido el calificativo de desastre y citas deportivas tan importantes como la Eurocopa de fútbol o los Juegos Olímpicos de Japón parece que también están a expensas de la evolución del virus. ¿Tan grave es la enfermedad? ¿Tanta virulencia posee como para hacer temblar a los mercados internacionales?

La vieja frase que asegura que no hay nada más cobarde que el dinero cobra sentido cuando hablamos de la economía mundial, aunque más preocupante que la caída de las bolsas, que superada la enfermedad entrarán en una senda de recuperación, se muestra el casi seguro recorte en las previsiones de crecimiento. La Comisión Europea, al igual que el FMI, ya asumen las consecuencias económicas del virus. La dependencia que existe hacia China refleja una debilidad que, curiosamente, era una fortaleza competitiva semanas atrás. La producción y el empleo están en riesgo y el freno de las importaciones puede causar pérdidas millonarias. En España, además, la extensión del virus, que viene acompañado de cancelaciones de viajes y estancias, atenta directamente contra la primera de nuestras industrias: el sol y la playa.

La propagación del coronavirus ha descubierto la existencia de nuevos miedos hasta ahora desconocidos. Temores no solo vinculados al contagio de la enfermedad sino también a la pérdida económica. Aquello que define nuestro Estado del bienestar, desde el sistema de salud hasta la confortabilidad de nuestro hogar, se ha puesto en riesgo por culpa de un microscópico virus que describe nuestra vulnerabilidad y una preocupante pérdida de confianza en nuestras capacidades como sociedad. La fortaleza de nuestro sistema sanitario es la mejor garantía para lograr la recuperación de los enfermos, pero no estaría de más que midiéramos la trascendencia que concedemos a un miedo que puede quitarnos algo más que la salud.

Junto a los antitérmicos nos hace falta sosiego y paciencia para dar tiempo a que se cumplan los protocolos y para permitir que una administración no se sienta tan presionada por los imperantes deseos de transparencia, velocidad e inmediatez como para anunciar un positivo en coronavirus que a las pocas horas se convierte en negativo. Recuperar la cadena de confianza exige prudencia y el valor necesario como para reconocer que podemos prescindir de todo aquello accesorio y anecdótico que hemos convertido en trascendente en nuestras vidas. Errar es humano y la equivocación nos ayuda a mejorar, eso sí, siempre y cuando aprendamos que la vida discurre entremezclada con la tristeza y amargura que nos dejan las enfermedades y con nuestra condición de seres mortales.

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