La ley de eutanasia en el Congreso
Seguramente, la mayoría de la sociedad española está de acuerdo en que cuando una persona se encuentra en determinadas situaciones muy duras y prefiere morir antes que seguir viviendo y así lo manifiesta, es lícito y es humano ayudarle a conseguirlo. De manera que la proposición de ley que propugna despenalizar y regular, en esas determinadas situaciones, la ayuda al suicidio tiene todos los visos de ser aprobada. Pero conviene que la ley defina bien los supuestos en los que podrá aplicarse y que estructure con garantías los procedimientos. Porque entre abrir una puerta para que la use quien la necesite y quiera y señalarle la puerta de salida a quien está sufriendo, para sugerirle que se vaya de una vez, hay una enorme distancia ética, pero puede bastar un gesto o una palabra para recorrerla, incluso sin querer. Cuidado, pues, porque podríamos pasar, sin darnos cuenta, de la ayuda compasiva y el respeto a la libre decisión de una persona a la monstruosidad del chantaje moral. La regulación legal de la eutanasia tiene a su favor el impulso humanitario de evitar el sufrimiento, pero no puede dejar de producir una cierta perplejidad filosófica. Vamos a rebajar la protección del derecho a la vida. Vamos a convertir en ley la idea de que hay vidas que no merecen la pena ser vividas. Si no sentimos un escalofrío, mal asunto.