Por
  • J. L. Rodríguez García

Machado

Biblioteca Nacional. Antonio Machado.
Antonio Machado con su hermano Manuel.
Archivo Heraldo.

No creo que quede alguien, académico o gañán, que no sepa a estas alturas que la obra de Antonio Machado ha pasado a ser de dominio público. Y a mí vuelve a llamarme la atención que la obra de un escritor, que es el caso, deje de pertenecer a sus herederos para permitirse que cualquier mequetrefe haga mofa o siembre estupideces sobre ella. Sé que el asunto se ha complicado en exceso desde que la reina Ana, allá por 1710, propició la primera legislación al respecto, generando incalculable jurisprudencia porque no es equivalente producir en Costa Rica o Rusia, pero esto no viene al caso.

Lo que no alcanzo a comprender es la razón del porqué Galletas Pérez, S. A., por ejemplo, pasa de herederos en herederos, base para la creación de un imperio comercial, mientras que los herederos de Max Estrella se hielan de pobres pudiendo saborear, al menos, un modesto cocido madrileño. Me pontificaba el otro día un colega de taberna que porque la literatura es un bien inmaterial de la Humanidad, y me atreví a replicarle que, claro, como las fallas de Valencia, pero que seguía sin entender por qué la ciudadanía no tenía derecho a gozar de las Galletas Pérez, S. A. en similares circunstancias. Nada, que no hay manera: quien escribe una novela ya sabe que, tarde o temprano, el fruto de su esfuerzo será de dominio público, o sea, que los nietos espabilen. Y hoy ando ya por la tercera tila para menguar el sofocón de la pasada semana. Bueno, al menos el honesto Machado nos visitará disfrazado de triste fantasma.

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