Por
  • Fernando Sanmartín

¡Taxi!

Coger un taxi puede ser la oportunidad para una interesante conversación.
Coger un taxi puede ser la oportunidad para una interesante conversación.
Oliver Duch

A mí me gusta conversar tomando algo: un café, una cerveza o una Pepsi-Cola. Lo echo en falta cuando voy en un taxi y me agrada, no es infrecuente, la conversación con el taxista. Creo que los taxis, como las habitaciones de hotel, deberían tener un minibar.

Una vez subí a uno en la estación Delicias y de camino hasta casa el taxista me dijo: "Mi pareja fue un premio de la lotería, que se convirtió en una escalera peligrosa". No daba crédito. ¡Qué precisión! Más que un taxista parecía Sófocles. Recuerdo a otro que daba saltos en su asiento por el estupendo seguro que se acababa de hacer, "un seguro que cubre -fíjese usted, me decía- el daño por un meteorito". Y yo pensaba para mis adentros en las probabilidades que ese taxi tenía de que le cayera uno encima. Y qué gran abrazo le hubiera dado al que me dejó en la estación de Atocha una fría noche de enero, que se iba ya para casa, corriendo, porque lo esperaba un bóxer al que debía darle a su hora dos pastillas por una cardiopatía. Tampoco olvidaré al taxista que en Nueva York, un viernes de atasco infernal en Manhattan, me repetía: "Voy a dar lo mejor que hay en mí para que llegues a tu vuelo". Y lo consiguió. 

Confieso que me gusta hablar con los taxistas, ver su rostro en el retrovisor, escuchar de ellos si hay delincuencia o alcoholismo, cómo es la noche y si la economía va bien o es un desastre. Son las únicas conversaciones que tengo, y largas si lo es el trayecto, con alguien que está de espaldas cuando me habla.

Fernando Sanmartín es escritor

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión