Por
  • Francisco José Serón Arbeloa

Mutismo cósmico

Si un extraterrestre estudiase nuestro comportamiento no llegaría a conclusiones muy esperanzadoras.
Si un extraterrestre estudiase nuestro comportamiento no llegaría a conclusiones muy esperanzadoras.
Krisis'19

El límite del universo visible desde la Tierra tiene un diámetro de 93.000 millones de años luz y aun así, es solo la parte del que podemos ver. En él existen miles de millones de galaxias, con cientos de miles de millones de estrellas y un sinnúmero de planetas alrededor. Pero hasta el momento vivimos en el más absoluto mutismo cósmico. No hemos recibido ninguna señal que confirme que no estamos solos. Con ánimo de bromear, dejémonos llevar por el antropocentrismo persistente en nuestra comprensión y descripción de la posible vida extraterrestre e imaginemos un ser racional ajeno a nuestro mundo que, de incógnito y durante un periodo de tiempo adecuado, haya estudiado la historia del mundo y nos observe, escuche y anote aspectos de nuestras costumbres ideológicas, con objeto de recomendar el contacto o seguir manteniendo el silencio.

Lo más destacable de su informe sería probablemente la capacidad de procreación de modelos sociales diferentes y coetáneos, que de manera ininterrumpida e incansable parece caracterizar nuestra historia. La segunda tendría que ver con que esos procesos son siempre asunto de mayorías, aspecto que ha sido fundamental en la evolución de nuestras sociedades. Como diría El incansable Jack, "parece que estamos programados para inhibir lo que separa al individuo de su grupo elegido, estimular la tolerancia y la empatía con sus componentes, y poner de manifiesto intolerancia y antipatía con los otros".

La tercera conclusión sería que esas mayorías abrazan conjuntos de pensamientos muy simples, ambiciosos y en la mayoría de los casos presentados de manera grandilocuente y mitómana. Esos conjuntos siempre pretenden o prometen cambiar la sociedad, buscan reforzar el tamaño del grupo y asegurar de esa manera el posterior control social. En nuestra época, para conseguirlo es necesario tratar de sugestionar al gran público, y lo lógico para ello sería presentar la información suficiente que permitiera generar un marco de conocimiento razonable para que los seres humanos que pretendan optar por una u otra opción ideológica puedan utilizar nuestra cacareada capacidad racional.

Por citar algunos dilemas que nos rodean, tenemos la lucha continua entre el liberalismo y algún tipo de socialdemocracia condescendiente con la economía de mercado; las identidades relacionadas con la religión, el concepto de raza o el de nación; el hambre, la desigualdad y la sostenibilidad del planeta; los comportamientos de grupos sociales que pretenden la segregación de un orden nacionalista superior, o aquellos que buscan la cohesión con estructuras supranacionales… Todos ellos y muchos más conviven entre sí y generan ideologías diferentes que intentarán atraernos utilizando procedimientos dispares.

Pero lo más sorprendente para nuestro observador sería la gran carga emocional que muestran los apóstoles de las ideas que conscientemente ahogan al sumergirlas en un conjunto estremecedor y cacofónico que resulta de la combinación de exabruptos, insultos, mentiras repetidas hasta la saciedad intentando convertirlas en verdad, descalificaciones y la insistencia ‘ad nauseam’ en una misma situación u hecho más o menos desafortunado de la vida de un contrincante que pretende su descalificación ‘ad eternum’. Y todo ello, aderezado con el comportamiento de muchos receptores, que también suelen dejarse llevar por las emociones, la ideología de toda la vida y un cierto disfrute del fragor de los enfrentamientos.

La verdad es que si yo fuera ese ser racional, y dependiera de mí mismo seguir en el puesto de análisis para generar una recomendación, tengo claro que dejaría de observarnos y me iría buscando jardines con más futuro. Aunque me surge la sospecha de que quizá este tipo de comportamiento de los seres con inteligencia pueda ser un patrón universal por los siglos de los siglos. ¡Qué pena! Es evidente que, de ser así, deberíamos aprender todos el arte de entenderse con el vecino, si ese conocimiento existiera.

Francisco José Serón Arbeloa es catedrático de la Universidad de Zaragoza

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