Por
  • Juan Manuel Iranzo Amatriain

Geoestrategia y sostenibilidad

Mapa del mundo.
Mapa del mundo.
Heraldo

Los disturbios de Chile han traído la Cumbre del Clima (COP25) a Madrid. Que se reúna en Europa es una suerte para la UE, que contará con todos sus recursos para impulsar su liderazgo en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, para evitar posibles desilusiones, debe recordarse que ni su postura ni sus probabilidades de éxito derivan de una mejor información o de superioridad ética alguna, sino de su interés geoestratégico y su capacidad de acción internacional. La economía europea depende del petróleo de Oriente Próximo, garantizado por el despliegue del ejército estadounidense, y del gas ruso, y eso limita su libertad de acción respecto a ambas potencias. Descarbonizar la producción de energía significa para Europa conquistar su soberanía económica y política dentro de una red planetaria de competencia y cooperación. Pero lograr esa meta requiere vencer dos grandes obstáculos geoestratégicos: organizar una ‘alianza del Norte’ y diseñar conjuntamente con el Sur global una transición energética justa para todos.

Satisfacer continua y totalmente la demanda energética es imposible con fuentes irregulares como el sol o el viento; para cubrir momentos de baja producción se precisa un sistema de almacenaje de energía basado en baterías o en el hidrógeno, que aún no existe, o bien mantener una infraestructura subsidiaria de centrales de hidrocarburos o nucleares. Esta doble estructura es más costosa que la basada en el carbono. Los países que la adopten primero, países tecnológicamente avanzados del Norte global, habrán de proteger su economía con algún mecanismo compensatorio: aranceles verdes, arduos de calcular, un mercado de emisiones, difícil de regular, o un sistema fiscal verde global, duro de aceptar. Ese mecanismo perjudicaría a las economías menos avanzadas en su transición a la sostenibilidad, algo injusto y contraproducente. Solo sería aceptable para Rusia y los países cuya economía depende de la exportación de gas y petróleo, y para el resto del Sur global, si fuera unido a un programa masivo de inversiones para la sostenibilidad, esto es, de un ‘New Deal’ verde global y un Plan Marshall verde para el sur que fuera mucho más allá de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible. Esa sería la solución inmediata de no ser por la precariedad financiera de unos Estados Unidos muy endeudados y una Unión Europea con problemas de organización interna y un euro que no termina de verse seguro. Aquí los ojos se vuelven hacia China y Japón.

Cinco grandes bloques geopolíticos, Estados Unidos, Europa, Rusia, China y Japón, tienen en común estar todos culminando la transición demográfica: con una baja mortalidad y una natalidad aún menor sus poblaciones disminuyen o lo harán pronto, sus pirámides demográficas se transforman en columnas y afrontan el desafío de aumentar la proporción de la población ocupada, y su productividad, para sostener a la población dependiente (menores, pensionistas, desempleados, activos no mercantiles, etc.). Algunos han recurrido a una inmigración que ha generado ya importantes tensiones. En suma, junto con las políticas que propicien sociedades multiculturales armónicas en el Norte, es preciso crear empleo medioambientalmente sostenible a escala masiva en el Sur. Y para ello este debe recibir un gran caudal de inversión verde y social, donde los fondos soberanos y los fondos éticos de inversión podrían jugar un papel decisivo. En último término, la humanidad en su conjunto culminará un día la transición demográfica y para entonces debe haber encontrado un sistema económico que no se base en la expansión indefinida e insostenible de la producción material y el flujo continuo de personas desde prolíficos focos de pobreza a núcleos demográficamente recesivos de acumulación de capital.

El mundo está fracturado entre sociedades y estados democráticos y autoritarios, de economía de mercado regulada o bajo fuerte control estatal, políticamente laicos e institucionalmente religiosos, ricos y pobres, grandes y pequeños, cuya confrontación geoestratégica ha llevado a la civilización moderna a atisbar el filo de su colapso ecológico. Esa lucha político-militar, en lugar de socio-cultural, sustentada materialmente por un sistema económico que perpetúa un grado injustificado de desigualdad entre sus participantes y el crecimiento del conjunto a costa de su viabilidad ecológica no puede continuar. Hay que diseñar algo más que un mecanismo de mercado para reducir la emisión de gases de efecto invernadero hasta dar con el siguiente límite global. Necesitamos un sistema internacional que garantice la diversidad cultural, la seguridad política y un bienestar sostenible para todos. No se logrará la sostenibilidad global sin justicia socioeconómica global.

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