No es de extrañar que el único debate electoral entre candidatos no se haya colado en el ‘top ten’ de las audiencias televisivas ni pase a los anales de la democracia. O que los reporteros que estos días recorren Aragón para seguir el pulso de esta fantasmagórica campaña den con muchos pueblos en los que resulta prácticamente imposible encontrar un vecino que lo siguiera. El escepticismo, el cabreo y el hartazgo ante tanta incapacidad política están plenamente justificados.

Hay jóvenes que este año han cumplido los 18 años y que en solo seis meses van a tener la oportunidad de votar en cinco ocasiones y depositar en las urnas hasta siete papeletas. Nuevos-viejos votantes prematuros que seguramente se preguntarán para qué. Como quiera que siempre es mucho mejor poder elegir que tenerlo prohibido, vayamos directos a la segunda causa, tal vez mollar. Aun llegando al gobierno sin ganar elecciones, aun ganándolas sin lograr formar gobierno, está claro que el poder aleja de la realidad y la distorsiona hasta ese punto enfermizo del narcisismo tan en boga en nuestra sociedad.

Ver a un presidente –hoy Pedro Sánchez, ayer José Luis Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy– diciendo que España resiste con fortaleza una desaceleración que amenaza con recesión resulta insoportable. Conocida y sufrida por todos –unos más que otros– la experiencia de negar una crisis y verle los dientes al día siguiente, es más cierto que España atraviesa su peor momento desde que comenzó la recuperación. Los ritmos de crecimiento van a impedir crear empleo aunque se cumplieran las complacientes previsiones del Gobierno, cosa que difícilmente se va a conseguir. En el año 2020 caeremos por debajo de ese 2% en el que los inviernos económicos y sociales duran todo el año.

¿De verdad España resiste?