Todos y nadie

El historiador Santos Juliá.
El historiador Santos Juliá.
Oliver Duch

Estamos asistiendo a un nuevo conflicto con la memoria, que, una vez más, suele ignorar la historia cuando conviene. En los últimos días han coincidido dos hechos, la muerte del profesor Santos Juliá y la exhumación de Francisco Franco del Valle de los Caídos, que me han llevado a recordar mi último viaje como profesora de Historia al campo de concentración de Gurs, situado en las tierras francesas del Bearn y cercano a la frontera pirenaica aragonesa. Así empezaba uno de los textos que escribió uno de los 36 alumnos que realizaron la visita: "A veces los recuerdos te hacen sufrir pero creo que la historia es mejor conocerla, por muy dura que sea. No podrán muchas horas de estudio retener tanto como la impresión de un viaje como este". Creemos lo que ya hace un tiempo escribió Benjamin Franklin, y que curiosamente un alumno en la valoración del viaje nos recordó: "Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo". Por ello organizamos el viaje, en colaboración con la asociación ‘Terres de Mémoires et de Luttes’. Era de los primeros viajes que realizaron alumnos de bachillerato a dicho campo. Hoy son muchos los aragoneses que lo conocen gracias al documental ‘Gurs, historia y memoria’.

Fue un placer oír recientemente cómo, en su discurso de investidura como doctor Honoris Causa por la Universidad San Jorge, el profesor Guillermo Fatás señalaba la importancia de los historiadores para difundir la verdad y ayudar a corregir visiones erróneas de ella. Tanto el profesor Fatás como el profesor Santos han convertido los periódicos en su segundo hogar y ambos tienen la habilidad de encontrar la manera de entrar en la actualidad con toda la carga del pasado. Sus libros han sido un referente para los profesores que hemos enseñado historia contemporánea. Imposible olvidar cómo nos contagio su fascinación por Manuel Azaña. Quizá porque ambos defendían la democracia como principio de la legitimidad política en el mundo moderno; una democracia asentada no en el carisma popular, sino en un sistema de normas e instituciones, de libertades y derechos, de equilibrios y controles entre poderes.

En su libro sobre la Transición recuerdo como el profesor Juliá señalaba la importancia del Congreso que sale de las primeras elecciones, en el que se encuentran gentes que venían de la Administración del Estado y del PCE. Fraga le veía la cara a Pasionaria. En aquel semicírculo se sentaba gente que se había matado. Y se preguntaba: "¿Qué pueden hacer 350 personas que vienen unos de la oposición y otros del régimen, que son tradiciones excluyentes? Pues tras debatir, ponerse de acuerdo". La siempre recordada Hannah Arendt definía el debate como la esencia misma de la vida política. Cuando existe este, hay discrepancia y el pluralismo implica que existan ambos.

Nosotros en nuestras clases deseábamos que nuestros alumnos no solo conocieran sino que fueran capaces de comprender. Un método que utilizábamos era hacer que ellos preguntaran a los propios protagonistas de la historia, en algunos casos a sus abuelos, en otros a sus padres. Hoy también les pediría que fueran a ver la película ‘Mientras dure la guerra’. Retrato doloroso de una parte de nuestra historia a través de los ojos y las vivencias de Miguel de Unamuno. Preguntas sin respuesta; sufrimiento que produce la crueldad de una guerra, tanto en las personas como en los afectos. Creo que les ayudaría a extraer una lección fundamental: no se puede justificar la violencia, la imposición o la guerra, ni la dictadura de cualquier signo; y que el progreso moral de la humanidad se mide por la conciencia de responsabilidad que tiene la generación presente con el pasado. La responsabilidad de los sujetos individuales "no puede diluirse en la cuenta de las culpas colectivas, que son de todos y, por eso, no son de nadie". Lo escribió Santos Juliá a propósito de la guerra, pero son palabras que sirven para cualquier circunstancia, para estas mismas de ahora. No podemos permitir que tanto terror y tanta violencia nos hagan perder la compasión, la memoria o la justicia. No podemos correr el riesgo de olvidar y tal olvido, aparte de los propios contenidos que puedan perderse, nos está privando de una dimensión: la de la profundidad en la existencia humana. Difícilmente logrará el hombre su profundidad si no es a través del recuerdo.

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