‘Ho tornaran a fer’ (todos ellos)

Los rasgos bufos de la política catalana vienen de antiguo.
Los rasgos bufos de la política catalana vienen de antiguo.
Lola García

Según recuerda M. Gómez de Valenzuela en un entretenido libro sobre cárceles, penas, tormentos y verdugos en Aragón (IFC, 2019), era creencia común que "el cuerpo paga el castigo que por sus delitos merece, pero el alma con penitencia y contrición puede alcanzar la bienaventuranza". Esto se lee en los estatutos de la aún activa Hermandad de la Sangre de Cristo, que se encarga, en auxilio a la Justicia, de recoger los cadáveres que yacen en la vía pública. (También organiza la Semana Santa de Zaragoza, en torno al cadáver singular de Jesús de Nazaret). Se creía que un condenado a penas físicas, incluida la de muerte, podía salvar lo principal y por eso no parecían tan duros los castigos: "Aunque muy gravemente habéis errado, en vuestra mano está que tan grave ofensa os sea perdonada" (en el más allá, claro), clamaba un señor abad en 1498.

En España, además, ciertos delincuentes pueden verse admirablemente descargados de pena, ley en mano, por la maraña de instancias legitimadas para intervenir en su tutela. Hay reos que lloran amargamente por no llamarse Pujol, póngase por caso. Dentro de nada, muchos maldecirán al destino por no llevar los apellidos de los sediciosos penados por el Tribunal Supremo con castigos que son más gruesos de apariencia que de contenido. La pena se dulcificará apoyándose en las leyes, para generar finalmente algo similar a un arresto domiciliario intermitente. Por eso resulta bufo Pedro Sánchez cuando dice que impondrá su "cumplimiento íntegro". Porque el régimen de los sediciosos condenados depende ante todo del gobierno autonómico que preside Joaquim Torra. Dadas las características del personaje, pueden apuntarse algunas probabilidades. La primera es que hará gestos retadores: se pirra por ellos. La segunda, que esos gestos no implicarán violaciones materiales de la ley, porque la valentía de este político estrambótico limita con el Código Penal. La tercera, que hará cuanto pueda para figurar como el mayor defensor de los presos separatistas: no solo porque se enardece con sus propias epifanías mesiánicas, sino porque electoralmente anda anémico y necesita transfusiones periódicas de carisma que le suministra su parásito en Waterloo. 

Teatro bufo

El teatro político catalán en épocas de crisis es siempre tragicómico. Tiene una parte dolorosa, que incita al llanto o a la rabia, y una faceta bufa. Ello es de aplicación a la I y la II Repúblicas, a las dos dictaduras del siglo XX y a la fase abierta por la Transición, tan vilipendiada hoy por los más necios. 

El ‘Govern’ excita a diario a la protesta masiva, sobre todo por boca de su presidente. Exhorta a los ‘catalans’, al ‘poble català’ (pronúnciese ‘popla’ para no parecer agreste). Esta apelación gusta mucho al señor Torra y a la señora Forcadell, tan raciales. Ellos han conseguido soterrar la fórmula, inclusiva y antiétnica, de ‘ciutadans de Catalunya’, tan cara a Josep Tarradellas, una de las bestias negras del pujolismo y sus degeneraciones.

Los partidos que apoyan a este ‘Govern’ respaldan su exigencia de desacato a las leyes y a los jueces. Y, acto seguido, sin transición, los mismos políticos que reclaman la desobediencia civil ordenan a sus antidisturbios que carguen porra en mano para dispersar a unos desobedientes que no les parecen demasiado aseados y apacibles. La protesta debe ser como la hacen Torra e Ibarretxe, hombro con hombro: cortar una autopista yendo de paseo. Lo cual es ‘pacífico’ y no violenta la ley: un modo elástico de entender la democracia.

El espectáculo es dramático y bufo. Bufo es Rufián fungiendo de estadista reposado. Bufo es oír al sedicioso Cuixart que "ninguna violencia representa al independentismo", cuando los incendiarios son independentistas sin discusión. Bufo es que Budó reitere que "l’independentisme és pacífic y democràtic" (¿a quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos?). Bufa es la súbita evaporación de la alcaldesa Colau, exactivista. Bufos son Calvo y Grande-Marlaska fingiendo que reina la normalidad y que "no hay que alarmar a nadie".

Bufas, las discordias internas del separatismo, mal disimuladas por la unidad aparente frente a ‘Madrit’, encarnación abominable del Estado español, al que Torra, tras repudiarlo, condenarlo, escarnecerlo e incluso darlo por abolido en Cataluña pide diálogo. Niega al jefe del Estado toda autoridad sobre los catalanes, pero le pide cita ya mismo. Es un hombre extravagante. Adicto a las recitaciones rambalescas, no se las redactan en la factoría de Waterloo: se las escribe él mismo... porque es lo único que sabe hacer y lo que más le gusta: declamar. Lo que no sabe es gobernar.

Por su parte, Sánchez, Casado, Rivera e Iglesias se han visto estos días, en la Moncloa, por separado y metiendo ruido. La búsqueda de un pacto de Estado no se hace así. En realidad, ha sido un concurso para que el público vea quién la tiene más dura ante las elecciones. La oferta, digo.

Unos y otros amagan -y en dos lenguas- con volverlo a hacer. Se creen tenaces, pero son contumaces.

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