Por
  • Andrés García Inda

Perder y ganar

política
Algunos prefieren ganar las elecciones aunque eso suponga echarlo todo a perder.
POL

Estos días he celebrado la inminente canonización del cardenal Newman (prevista para este domingo) releyendo ‘Perder y ganar’, su novela con tintes autobiográficos, y leyendo la ‘Apologia pro vita sua’, su autobiografía con tintes literarios. Como se sabe, John H. Newman (1801-1890) fue un clérigo anglicano de la Universidad de Oxford que en 1845 protagonizó una sonada y polémica conversión al catolicismo. Y en ambos libros relata el proceso y las razones de la misma.

Al final de la novela, cuando en Londres es ‘vox populi’ la inminente conversión del joven Charles Reding (protagonista del relato y alter ego del futuro cardenal), este se aloja en la casa de un librero. Allí le visitan inesperadamente representantes de toda suerte de credos y denominaciones, deseosos de atraer hacia sus respectivas causas al famoso y aparentemente inseguro y mudable caballero, de quien se decía que se hallaba en busca de alguna nueva religión. La visita más sorprendente y divertida es la de una joven que ofrece a Reding la posibilidad de incorporarse a un nuevo grupo para el que el consejo del joven universitario sería además de gran ayuda. Al preguntarle cuál es el nombre del grupo, la joven responde que ese detalle aún no se ha decidido y que Mr. Reding podría sin duda asesorarles.

-¿Y cuáles son los principios del grupo? -pregunta Reding.

-También aquí tenemos mucho por hacer todavía -responde la joven-. En realidad, tampoco hemos fijado aún nuestros principios, solo hemos hecho como una especie de boceto. Tendremos en mucho todo cuanto usted desee sugerir. Es más, tendrá la oportunidad, o mejor dicho, el derecho de proponer cualquier doctrina a la que usted se sienta particularmente inclinado.

Charles, dice la novela, no supo cómo responder a una oferta tan generosa.

Aunque la obra es de hace más de siglo y medio, la escena de la joven prosélita parece haber sido escrita hoy, y podría haberse inspirado en alguna otra joven de nuestro teatro político que estos días, tratando de conquistar para su causa a la audiencia televisiva, dijo en una entrevista que su nuevo partido venía a ofrecer la claridad en las propuestas que los ciudadanos demandan, pero que cuando le preguntaron por alguna de ellas respondió que aún estaban por concretar. Unos buscan el proyecto o la institución que pueda responder a sus principios y otros lo que buscan son los principios que mejor sirvan al proyecto instituido. Como en la frase evangélica que inspira el título de la novela, unos prefieren perder el mundo y salvar su alma y otros prefieren ganar el mundo -o la campaña, o las elecciones- aunque eso suponga echarlo todo a perder. Por eso, aunque solemos llamar de un modo despectivo ‘chaquetero’ a quien muda de bando, en ocasiones es más coherente quien en determinado momento es capaz de cambiar de barco, y no quien renuncia a su destino por no abandonar la comodidad de la nave.

Pero posiblemente el mayor problema de nuestra escena política no sea la incoherencia, esto es, la imperfección derivada de la falta de adecuación de nuestras prácticas a determinados principios. Ninguna persona ni institución es perfecta; todos cambiamos de opinión o somos incoherentes en algo (y algunos lo somos más que otros). El problema es la inconsistencia, es decir, la ausencia total de referencias y principios, intercambiables o sustituibles unos por otros en función de lo auténticamente sagrado e innombrable, que es el poder; o la falta de solidez de cualesquiera principios o ideas para sostener de un modo duradero los proyectos. El retórico nos dirá que vivimos en un mundo líquido; el cínico defenderá que esos son sus principios y que si no nos gustan, como dijo Groucho Marx, tiene otros. 

Se anuncia formalmente la nueva campaña electoral (¡como si realmente la hubiéramos abandonado!), y vamos a seguir recibiendo la visita obligada de representantes de toda suerte de credos y denominaciones, empeñados en atraernos a su causa. Me temo que la mayoría lo único que tienen claro (los que lo tienen) es el nombre de su grupo; de lo demás -de las ideas, los principios o las políticas- podemos ir hablando en función de los gustos del consumidor, aquí de una cosa y allá de otra, con unas u otras palabras, hoy en un sentido y mañana en otro diferente: elija y construya usted mismo su propio argumentario.

Como el joven Reding, no sé cómo deberíamos responder a tan generosa oferta.

Andrés García Inda es #profesor de la Universidad de Zaragoza

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