Por
  • Isabel Soria

Verano

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Las rebajas de los grandes almacenes siempre han sido un clásico del verano.
HERALDO

Estos días intento repasar los veranos de mi infancia, que recuerdo largos, muy largos, superlargos. Recuerdo los anisetes que comprábamos en el camino al mercadillo de Lorenzo Pardo. Recuerdo el local de los helados italianos de Independencia, justo al lado de Soconusco: sus tres o cuatro mesitas, sus ventiladores de techo y el calor que hacía dentro. Algo tremendo. También, cuando íbamos a merendar a Ceres. Una maravillosa cafetería a la que iban señoronas y currantes y que vendía también pasteles. Tenían unas ‘tostadas preparadas’ de las que todavía me acuerdo, que era así como se llamaba aquella maravillosa combinación de mermelada de albaricoque y queso. También me viene a la memoria el mobiliario tan de los cincuenta y dos personas: el dueño, que, octogenario, era el encargado de la caja y el camarero, tan agradable, con una sonrisa de oreja a oreja. Recuerdo el Sepu y por supuesto Galerías Preciados. Mi recuerdo vuela a la Serafina, hoy inmortalizada cabezuda, a quien mi madre le compraba tabaco inglés. También visualizo la tienda de discos que había enfrente y mi mente vuela estilo dron para ver el gran neón que anunciaba Muebles Rey sobre las casas del Tubo. Después de aquello salgo del centro y llego a la Química, al popular barrio, donde solo existían las casas del principio y también un pequeño polígono industrial donde estaba Konga, la casera zaragozana. Íbamos a una piscina, al Tiro de Pichón. Y visualizo aquellos grandísimos árboles, aquellos chopos -creo que eran chopos- tan inmensos y preciosos y un ficus -creo que era un ficus-, con sus raíces, por las que se trepaba. No he vuelto a entrar al Tiro desde hace más de treinta años. Lo he visto por Google y el ficus ya no está. Tampoco aquellos veranos.

Isabel Soria es documentalista y técnico cultural

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