De lo ideal a lo tangible

Los únicos políticos que pueden presumir de no haber transgredido su ideario son los que nunca han tenido la oportunidad de llevarlo a cabo
Los únicos políticos que pueden presumir de no haber transgredido su ideario son los que nunca han tenido la oportunidad de llevarlo a cabo
Krisis'19

Cualquier acción política resulta impura comparada con los principios que le sirven de inspiración, representando, en cierto modo, una versión degradada de aquellos. De ser más precisos con el lenguaje, nunca hablaríamos de los ideales en términos de ejecución, sino de aproximación, que es lo máximo a lo que puede aspirar el ser humano fuera del plano teórico. Las ideas pertenecen en su formulación abstracta a un mundo casi perfecto, sin otro límite que el de la imaginación, mientras que los actos dirigidos a desarrollarlas están constreñidos por la realidad tangible, cargada de condicionantes y trabas. Desde la tranquilidad que genera saber que luego no habrá que aplicar las soluciones pergeñadas, todos hemos probado alguna tarde a resolver entre amigos los problemas del planeta y hasta nos ha sobrado tiempo. De la misma manera que estamos acostumbrados a ver programas de fantasía que ofrecen grandes aumentos del gasto público a la vez que se reducen los impuestos, la deuda y el déficit. Queda claro que todos los planes son perfectos hasta que atraviesan la frontera de la realidad, momento a partir del cual la travesía se vuelve mucho más agitada, pudiendo acabar en naufragio incluso nada más comenzar.

Si entendemos la política como un conflicto en el que se enfrentan lo ideal y lo posible, conseguir hacer posible lo ideal exige partir del siguiente axioma: no cabe trasladar a la práctica un principio sin traicionar al mismo tiempo parte de él durante el proceso. Los únicos políticos que pueden presumir honestamente de no haber transgredido jamás su ideario son aquellos que nunca han tenido la oportunidad de llevarlo a cabo. Considerando las limitaciones existentes, sociales y materiales, la realización plena de los ideales tan solo resulta viable como entelequia, de modo que al final no queda otra que priorizar determinados aspectos en detrimento de otros.

Últimamente y de cara a justificar determinadas decisiones, se ha hablado mucho de la obligación que tienen los partidos respecto a los ciudadanos de mantener la palabra dada, pero lo cierto es que ninguno ha estado ni está en disposición de cumplir con todas las promesas que lanzaron a lo largo de la campaña; de hecho, parte resultan excluyentes entre sí. Para empezar, cuando llamaron a la participación, nos aseguraron que nuestro voto estaba destinado a jugar un papel crucial, sin embargo, el escenario que se va abriendo camino estos días es el de la repetición electoral, que dejaría sin efecto lo votado. Hagan lo que hagan, han de ser conscientes de que desatenderán algún compromiso adquirido, así que de lo que se trata es de procurar que la fidelidad a lo secundario no acabe postergando las cuestiones esenciales, entre las que no siempre figura lograr el poder, especialmente cuando el precio a pagar tiene tintes mefistofélicos.

A diferencia de otras etapas, ahora no hay claros ganadores ni perdedores, por lo que el margen de maniobra de los segundos, terceros, cuartos... ha aumentado notablemente, dejando atrás el esquema clásico en el que los derrotados se limitaban a marcharse al ‘banquillo’ a la espera de la siguiente oportunidad. Prueba de ello es que, a pesar de haber conseguido el PSOE situarse de nuevo como primera fuerza nacional, apenas ha mermado su dependencia hacia el resto del arco parlamentario en relación con la legislatura pasada. Algunas formaciones aducen que los españoles los han escogido para ejercer la oposición, pero eso no es verdad, dado que quienes les votaron lo hicieron con la esperanza de que llegaran a gobernar e impulsar su programa, y no pensando de antemano en el rol que podrían ocupar tras una eventual derrota. Gobiernen o no, los partidos deben a sus representados aprovechar al máximo la influencia que les han concedido. Si la situación política les brinda la posibilidad de impulsar sus medidas o, como mínimo, de anular o atenuar aquellas ajenas que consideren perjudiciales, no deberían dejar pasar sin más la ocasión, restringiendo de forma voluntaria su capacidad de acción a lo puramente retórico. Pudiendo actuar ya, no parece razonable que los electores de una formación tengan que aguardar hasta la próxima convocatoria para percibir que su voto es útil y produce resultados, siendo que, además, nada garantiza que se vayan a cosechar más apoyos entonces. Como alerta el nivel de desafección detectado por el último CIS, si los políticos no rompen con la situación actual de bloqueo, los ciudadanos acabarán rompiendo con ellos.

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