La cara oculta del empleo

Un temporero extranjero trabaja en la campaña del melocotón en los campos bajoaragoneses.
Un temporero extranjero trabaja en la campaña del melocotón en los campos bajoaragoneses.
I. MARTíN

Confundir trabajo con contratos de un suspiro y renta con peonadas a cinco euros brutos la hora nos puede llevar a ensueños como el que pretende el discurso oficial colando falsos mensajes, como que el empleo ha recuperado los niveles previos a la crisis. No, señores, no es cierto, y ustedes lo saben. La cara oculta del empleo, con una superficie tan grande como la de la población más estable, es la precariedad. La que viven estos días los temporeros en un sector con grandes dificultades para cubrir su pobre oferta; la de los jóvenes que siguen emigrados pese a los rimbombantes y huecos planes de retorno; la del trabajo doméstico reconvertido en medias jornadas para sortear la subida del salario mínimo…

La cara real, la que ha llevado al país a niveles inéditos de un deterioro laboral desde el que será imposible salir de esta crisis, que aún amaga con réplicas. Ocurre en España y en Aragón. La Comunidad despidió 2018 con un supuesto crecimiento del 3.1% que nos colocaba a la cabeza del país. Pero, al día siguiente de estas pasadas elecciones –¡oh, casualidad!–, el milagro aragonés se desvanecía y caía oficialmente a un 2.5%, inferior a la media nacional. Similar ritmo al que nos mantiene también por debajo en el primer trimestre del año y avanza hacia ese temible 2% que no crea empleo ni del peor. Con las cosas de comer, mejor no jugar.

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