Opel ha registrado beneficios por primera vez en dos décadas en su primer año íntegro dentro del grupo francés PSA. En este contexto positivo, la adaptación a la nueva cultura empresarial de PSA ha exigido un considerable esfuerzo a la plantilla de Figueruelas, pero la contrapartida es que ahora la factoría aragonesa está en mejor situación para seguir ampliando su capacidad de producción

General Motors vendió Opel al grupo PSA (Peugeot-Citroën) en 2017 porque la filial europea llevaba sin aportar ganancias a la multinacional estadounidense desde 1999. El ‘holding’ francés la compró con el plan de hacerla rentable en unos pocos años y con la estrategia de utilizar al máximo la capacidad productiva de sus plantas, por ejemplo la de Figueruelas. Y así ha sido. PSA ha presentado unos resultados en los que, por primera vez en dos décadas, los números de Opel no son rojos sino negros.

El método de Carlos Tavares, presidente del grupo francés, no ha sido, desde luego, invertir en Opel lo que tanto le había costado conseguir. PSA estaba en bancarrota hace cinco años y hace ya varios que disfruta de una sólida situación financiera. Su plan ha sido siempre el mismo: recortar gastos de producción y estructurales. Por eso, tras comprar Opel, abrió una nueva carrera entre todas las plantas del grupo para mejorar su competitividad. Y ahí es donde la fábrica zaragozana se ha tenido que ajustar el cinturón. El costoso acuerdo laboral alcanzado a principios del año pasado ha ayudado a Opel a sanear sus cuentas y a Figueruelas, a seguir creciendo. De hecho, ha incrementado un 17,1% su producción respecto al año anterior, hasta las 447.514 unidades (cerca de la mitad del total del volumen de la marca). No obstante, la planta aragonesa tendrá que seguir ganando eficiencia porque la presión competitiva, tanto en la industria global de la automoción como en el propio grupo PSA, va a seguir de forma constante.