Por
  • Francisco Javier Aguirre

Pablo Sáinz-Villegas: La guitarra profunda

El guitarrista Pablo Sainz-Villegas.
El guitarrista Pablo Sainz-Villegas.
Auditorio de Zaragoza

Comenzar un concierto de guitarra con los ‘Cinco preludios’ de Heitor Villa-Lobos –el que ofreció Pablo Sáinz-Villegas el pasado martes–, fue un imprevisto homenaje a Brasil tras la reciente tragedia ocurrida en aquel país. El programa estaba diseñado hace bastante tiempo, evidentemente. Un programa cuyo denominador común fue una muestra de las posibilidades sonoras de la guitarra, más allá de la indudable maestría de su intérprete. 

Sáinz-Villegas hizo una breve introducción en la que explicó la unidad de la primera obra considerando la música como un viaje y consiguiendo, de esta forma sutil, que los  aplausos no irrumpieran tras cada Preludio.

La última vez que actuó en la sala Mozart, lo hizo con orquesta. Entonces debió amplificar la guitarra para no quedar subsumido en los compases compartidos con ella. En este concierto como solista no necesitó amplificación alguna, dejando patente una vez más las magníficas prestaciones sonoras de la sala Mozart. 

Pablo Sáinz-Villegas *****
Ciclo:XXVII Ciclo de Grandes Solistas ‘Pilar Bayona’.
Lugar:Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza.
Repertorio:Obras de Villa-Lobos, Bach, Albéniz, Coll, Barrios-Mangoré y Domeniconi.

En la ‘Ciaccona BWV 1004’, de J. S. Bach, que interpretó en segundo lugar, introdujo sus propios arreglos para conseguir precisamente la ya citada intención de mostrar la profundidad de la guitarra. La pieza sonó densa e intensa, con inflexiones precisas y pasajes de vibrante agilidad combinados con un extremado virtuosismo.

‘Asturias’ perteneciente a la ‘Suite española, Op. 47, nº 5’, de Albéniz, fue el inicio de la segunda parte, que continuó con un estreno en España de la sugerente pieza ‘Aire’ del músico contemporáneo Francisco Coll.

Tras el florido ‘Un sueño en la floresta’, de Barrios-Mangoré, el concierto acabó con ‘Koyunbaba, Op. 19’, de Domeniconi, añadiendo como propina una extraordinaria versión de la ‘Gran jota de concierto’, de Francisco Tárrega, en la que el artista aludió a su origen riojano y a su parentesco con Aragón por parte del río que nos vincula.

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