Sus dos películas sobre el adorable oso Paddington (2014 y 2017) exhibieron la capacidad especial del director Paul King para un cine familiar cuidado, divertido, cálido y, en definitiva, con encanto. En ‘Wonka’ revalida su habilidad y la adereza con el toque estrafalario asociado al personaje creado por el genial escritor Roald Dahl y con la evocación mágica del carácter soñador. 

La vigencia en el imaginario de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ (2005), una de las colaboraciones de Tim Burton con Johnny Depp, y del filme original con Gene Wilder (‘Un mundo de fantasía’, dirigido por Mel Stuart en 1971) motivan la adopción del concepto de precuela, de historia de inicios. La nueva obra muestra a un joven y entusiasta Wonka que quiere hacer feliz a la gente con su sorprendente chocolate y abrir una tienda en una prestigiosa galería. King logra, de la mano de un cautivador Timothée Chalamet, un dulce cinematográfico. Sin llevar al deleite, su esencia, con aroma de futuro clásico infantil, agrada y se saborea.

Más allá de que las creaciones del protagonista dan ganas de tomarse un bombón, lo canalizado renueva el ánimo. El tipo de relato genera conexión por su tono, sus ecos y lo bien que casa la descripción de Wonka con el componente musical, tratamiento que produce su efecto aunque uno no sea un entusiasta de la vertiente. Aspectos como la perseverancia frente a los obstáculos y las amistades que surgen ejercen asimismo su afinidad natural.

La sugerencia también está presente en el juego con la excentricidad, plasmado en concordancia con el retrato central y que fluye enfatizado en los miembros del peligroso cártel del chocolate, en la malvada posadera interpretada por Olivia Colman y, por supuesto, en el pintoresco oompa loompa a cargo de Hugh Grant. El rasgo se reviste de lo alocado en ideas como la de la leche de jirafa y en el reflejo de la adicción al azúcar del inspector y del clérigo.