La verdad es que, a estas alturas, a un servidor le resulta harto difícil escribir algo nuevo sobre Javier Ruibal, ese iluminado bardo gaditano, que el viernes inauguró una nueva edición del ciclo Avivavoz en la Rotonda de Delicias. A lo largo de tres décadas hemos visto en acción a Ruibal en innumerables ocasiones, actuando solo o con banda, y siempre nos ha llevado a paraísos mejores, como tituló uno de sus últimos discos; por él pasan los años, pero no desaparece la magia, la inspiración, el embrujo de un compositor e intérprete de nivel superlativo.

En esta ocasión Javier vino solo con su guitarra y, tras recordar a Labordeta –su primer valedor en Zaragoza- y a Joaquín Carbonell, se arrancó con ‘La flor de Estambul’, poniendo sensuales versos a la música de Satie, para a continuación repasar varias canciones de su último álbum, que compuso durante el confinamiento. En ‘Musa’ ironiza con gracejo sobre el acto creativo (“Venga, musa, musa, dame cuartelillo, tú terminas esta estrofa y yo pongo el estribillo”), ‘Astronomía’ es otra de esas bellísimas canciones de amor a las que nos tiene acostumbrados (“caerán las leyes de la astronomía si tu trayectoria cruza con la mía”), el ingenio y la guasa gaditana embadurnan, a ritmo de tanguillos y bulerías, ‘Física cuántica’ y ‘Solo la dosis hace el veneno’.

Dejó para el final piezas más conocidas de su inagotable repertorio, como ‘Tu nombre’, ‘Ave del paraíso’, ‘Pensión Triana’, ‘La bella impaciente’ o ‘Lo que me dice tu boca’, para cerrar el concierto estrenando dos temas de su inminente nuevo disco, ‘Saturno Cabaret’, con muy buena pinta. Pero podría haber cantado (¡y cómo sigue cantando este hombre!) otras veinte canciones diferentes y el público que llenaba la sala habría salido igualmente feliz. Y es que ese cuerpo celeste andalusí llamado Javier Ruibal sigue poseyendo el mapa del tesoro.