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Albert Boadella: "La exigencia me parece algo imprescindible en un artista. Si algo soy es un perfeccionista"

Acaba de cumplir 80 años, regresa a els joglars y al teatro principal con una obra sobre juan carlos I, ‘el rey que fue’. que define de índole shakespeariana. Aquí repasa su carrera, sus pasiones, la relación con los actores, la frustración musical y la política

Albert Boadella, en el Teatro Principal de Zaragoza.
Albert Boadella, en el Teatro Principal de Zaragoza.
Oliver Duch

¿Cómo se mira la vida a los 80?

Hace uno no una cuenta atrás sino una cuenta hacia adelante pensando las probabilidades que tiene, cuántos años más le quedan para tener el coco más o menos despejado como ahora.

Carlos Saura decía siempre que solo tenía futuro. ¿Y usted?

No. No lo siento así. Mi pasado, diríamos, es importante porque ha significado gente a mi lado, compañeros de viaje; he tenido con ellos una relación no solo profesional sino personal. El pasado es de las pocas cosas que tenemos; del futuro todo es ciencia ficción. El pasado, en el fondo, es lo que nos inspira y, además, curiosamente, el mundo del pasado tienes unas proximidades muy curiosas: una cercanía con los griegos; por ejemplo, Aristófanes. No como gran comediante, no; la cercanía que yo siento con él es como si hubiera vivido treinta años antes que yo. Ja ja ja. Es una cosa curiosa.

¿Diría que sus antepasados en el teatro son también sus contemporáneos?

Exactamente. Hay una cercanía muy grande con los antepasados. Por ejemplo cuando veo una obra de Moliére o leo un libro sobre su vida, siento una cercanía tremenda. Pienso: "No puede ser que este hombre haya muerto hace 400 años". Tiendes a pensar que quizá muriese poco antes de que yo naciese. Y con William Shakespeare me pasa lo mismo.

¿Es usted mitómano?

No. Nada. En absoluto. Soy más bien todo lo contrario. Puedo juzgar los mitos populares con muchísima dureza quizá porque siempre he estado falto de una cierta empatía. Yo no soy una persona empática. Digamos que cuando tengo gestos amables, generosos o acogedores con los demás siempre es por una cuestión profesional más que por un impulso personal. Tengo que razonar, como se decía antes en la Legión, mis obras buenas.

Albert Boadella, en el Teatro Principal de Zaragoza
Albert Boadella, en el Teatro Principal de Zaragoza
Oliver Duch

Es curioso. ¿Tiene eso algo que ver con su sentido crítico, con su sentido satírico?

Podría ser. Ahora nos encontramos con una obra que trata sobre Juan Carlos I, el rey emérito. Bueno, yo en cierta medida tendría que estar agradecido a él y lo estoy porque cuando yo estuve en la cárcel hizo ciertas gestiones para que me liberasen; fue un hombre que cuando yo estaba en libertad provisional me invitó ya a su santo. Ha venido a ver algunas obras mías, hemos hablado amablemente, durante muchísimo tiempo yo he tenido una muy buena relación con él. Eso no implica que yo no haga una obra -tampoco es una obra donde lo destruya, no tiene nada que ver con el caso de ‘Ubú’ con Jordi Pujol-, pero en cualquier caso es un retrato sobre las luces y sombras de este hombre. Lo miro con un espíritu de comediante y lo veo como un personaje de Shakespeare. Tiene aspectos de tragedia y también de comedia.

¿Qué quiere decir ser un comediante? ¿Es ser un testigo, un francotirador, alguien que subraya errores, un conservador de su oficio?

Es lógico que los artistas seamos conservadores de nuestro pasado, todo lo que tenemos nos viene en el fondo de este pasado. Antes citaba a Aristófanes: uno no puede pensar que no tenga nada que ver conmigo, tiene y mucho. Obviamente trato de conservar todo lo que tiene de extraordinario este pasado porque yo soy fruto de él. Por lo tanto soy conservador del pasado. El comediante es una persona que tiene una óptica sobre la vida y que tiene una facilidad para hacer visible esta óptica, esa mirada sobre el entorno y las personas. En este sentido me siento un comediante. Quizá no he sido un buen comediante en una forma directa, que es la del actor (como actor he sido más bien discreto), pero sí he sido algo más como dramaturgo y como director.

Usted ha hecho muchas cosas, y con notable éxito, pero se puede dar a entender que esta pieza, después de todo lo que ha dejado en Madrid, es un cierto retorno a Els Joglars.

Mi carrera siempre ha estado vinculada a Els Joglars, incluso estos años en que no he estado directamente en la compañía. Sí he estado en una relación muy estrecha con Ramon Fontseré y con el conjunto de la compañía y con las cosas que estaba produciendo. Y hemos hablado mucho incluso antes que se estrenasen. Una desvinculación total no la he tenido porque Els Joglars ha sido las tres cuartas partes de mi vida.

Usted no habrá sido un gran actor, pero parece que Ramon Fontseré sí lo es y además es su ‘alter ego’…

Ramon es un hombre que no solo imita, sino que entra dentro de los personajes, de tal forma que si yo le invito a hacer una improvisación y le hago hablar como el personaje me dice las mismas cosas que diría el personaje. Logra una simbiosis tal con el carácter de aquella persona que casi parece que estemos ya en un mundo esotérico. Respondiéndole a su pregunta: estamos felices en el montaje y es posible que nos encontremos en otra experiencia con Els Joglars. Lo que pasa es que yo he sido un persona que siempre he tenido una frustración musical…

¿Cómo? ¿Frustración musical, en qué sentido?

En los últimos años me he dedicado esencialmente a compaginar la palabra hablada con la palabra cantada. Que es una cosa muy compleja, no solo es la ópera, no solo es la zarzuela. Y los montajes que he hecho han tenido como objetivo este aspecto que me ha interesado mucho. Para mí la música colocada en el mundo dramático tiene un potencial que quizás así, desnuda, seca, no lo tiene. Y yo creo que en el momento que las dos cosas ligan perfectamente, la palabra cantada y la palabra hablada, si pasan la una a la otra sin que te des cuenta, porque los cantantes-actores son buenos y asumen muy bien dramáticamente su papel, se consiguen unas cosas emocionales muy altas. Aquí usamos ‘La muerte y la doncella’ de Schubert.

Hemos hablado de Fontseré. Para usted una de los elementos claves de su trayectoria ha sido la importancia del actor. ¿Cómo se relaciona con él?

El actor, sin duda alguna, es la única figura imprescindible en el arte del teatro. Lo que es evidente es que los invitados a la fiesta del teatro pueden ser muy variados -el director, el figurinista, el iluminador-, pero en esta fiesta el único que no puede fallar es el actor. Incluso puede llegar a prescindir de todo, de ser algo desnudo y en silencio. Por lo tanto eso no lo pueden olvidar nunca ni los dramaturgos, ni los espectadores, que lo esencial es esta criatura, el protagonista del teatro. Por lo tanto le he dado muchísima importancia al actor porque he tratado de apurar sus recursos al máximo.

¿Cómo opera usted?

Al actor le voy planteando situaciones, conflictos, y lo voy provocando de manera que casi se pueda extraer todo lo que lleva dentro desde el punto de vista técnico, de oficio, y también desde el punto de vista personal. La manera en cómo llega a la simbiosis con otra personalidad que quiero que haga. Y eso ha sido un trabajo profundo con los actores, de improvisación muy grande, y respecto a la forma de tratarlos.

¿Qué quiere decir?

Que hemos trabajado de forma muy delicada, muy profunda pero muy delicada… Jamás hay un solo actor que pueda decir que yo le haya echado un grito o que le haya llevado a una situación de nerviosismo o de histeria. Siempre lo hago de una forma muy dulce, amable, muy natural, para que el actor se sienta realmente acompañado y pueda desarrollarse con plenas capacidades, con libertad y con gran relajo.

Ahí sí que parece empático.

Ja ja ja. No. Simplemente son mis intereses. Soy perfectamente materialista en el sentido de lo que me interesa es que el asunto salga bien. Hombre, no soy masoquista, prefiero trabajar alegremente y relajadamente que con tensiones. Eso sí que es verdad. Y lo prueba que llevamos ahí más de 60 años. El trato en general ha sido bueno.

Me dicen, por ejemplo su ayudante en esta ocasión, el zaragozano Alberto Castrillo-Ferrer, que si hay algo que le define es el inconformismo.

Soy muy exigente. La misma exigencia que tengo conmigo la tengo con los demás. Y esa exigencia hace que se exigente en lo social, en lo político, soy enormemente exigente con quienes nos gobiernan, con quienes nos dirigen, soy exigente con el teatro (hay muchas cosas que no me gustan), soy exigente con todo, hasta con el público. Lo coloco en situaciones que en muchos momentos pueden tener cierta exigencia, en situaciones un poco difíciles contra sus propias creencias o contra su propias certezas: aquello que ellos creen que es blanco yo se lo pinto negro.

"Madrid es la ciudad más abierta de Europa del momento"

Me hace pensar en Luis Buñuel.

No lo había pensado. Esta exigencia me parece algo imprescindible en un artista. Un poeta, un pintor, un músico, los tres tienen que ser exigentes e inconformistas. No creo que sea una condición personal, lo que sí es cierto es que soy muy perfeccionista.

¿En qué sentido?

No pongo una obra en escena sin un determinado número de ensayos. Con Els Joglars hemos llegado a hacer ensayos de casi seis meses con una concentración absoluta y de intensidad. El resultado es otro, eh, absolutamente distinto.

Si tuviera que hacer balance, le preguntaría dos cosas: ¿dónde cree que ha alcanzado la perfección y si se arrepiente de algo?

Me arrepiento de cosas que uno ha hecho en la vida: me arrepiento de no haber estudiado composición musical, profundamente. Si tuviera una formación musical mi obra habría sido muy distinta. Y yo hubiera disfrutado más. Desde el punto de vista artístico, he tenido una vida satisfactoria: con mucha repercusión, con muchas comunicación y he conseguido obras de un gran potencial. Como ‘Dalí’, ‘Yo tengo un tío en América’, de Els Joglars; como ‘Amadeu’, que hice en los Teatros del Canal, una obra lírica de unas dimensiones gigantes, como ‘Diva’, la obra sobre Maria Callas. Creo que he hecho cinco o seis cosas que tienen su importancia, su belleza, su dramaturgia.

A la hora de los arrepentimientos, ¿en algún momento ha sentido melancolía de la Cataluña que ha defendido un poco y que ha perdido?

La verdad es que la Cataluña actual me resulta tan despreciable, lo digo con franqueza y con tristeza. Casi no me acuerdo de aquella Cataluña mucho más abierta, más creativa, en muchos aspectos, una Cataluña que sentimentalmente era más cálida, hablo de la Cataluña de una parte de mi juventud. Estoy muy separado de lo que sucede en Cataluña, aunque siga viviendo allí, en Fort Boadella como yo le llamo, rodeado de territorio comanche. Tampoco me prodigo demasiado. Mi vida es desde el jardín de mi casa al ‘parking’ del Ave de Gerona, y el Ave me lleva a los territorios más libres.

"Considero que la amoralidad es un hecho muy peligroso en la política. Y Sánchez es un perfecto amoral. Encarna la amoralidad absoluta y la falta de principios"

¿Cómo ha vivido estos años en Madrid?

Han sido magníficos. Han sido unos años extraordinarios, me lo ha pasado muy bien, han sido años de una enorme potencia creadora, de una enorme felicidad personal y artística. Me encontré con una ciudad abierta, de enormes posibilidades, con gente que en vez de insultarme me para por la calle para decirme «qué bien» lo que hacían los Teatros del Canal, y aún ahora tengo esta magnífica relación con Madrid. Madrid es la ciudad más abierta de Europa en este momento.

¿Con Ayuso y con Almeida?

Sí, sí. Madrid ya no tiene que ver directamente con la política. Tiene que ver con algo que es muy importante: nadie reivindica la etnia madrileña. Este punto de desarraigo de los ciudadanos de Madrid es muy agradable.

Es muy recalcitrante con Pedro Sánchez. ¿Es una condena, un mal mayor, no lo entendemos del todo, es un posibilista?

Considero que la amoralidad es un hecho muy peligroso en la política. Y él es un perfecto amoral. Encarna la amoralidad absoluta y la falta de principios.  

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