Por
  • Javier López Clemente

Don Juan no seduce a la comedia

Los protagonistas de la obra 'El último amor de Don Juan'
Los protagonistas de la obra 'El último amor de Don Juan'
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De todos los donjuanes de la literatura y las artes escénicas, Juan Bolea está interesado en el mito del aventurero deleznable, obsesionado por conquistar el mayor número de mujeres para olvidarlas y destrozar sus vidas. Una falta de empatía que lo condenó al reino de Lucifer. La comedia saca a Don Juan de los infiernos para seducir a una mujer empoderada de la España actual, y demostrar que su desprecio por el amor en pareja durante el Siglo de Oro que ahora se percibe como machista, es una actitud semejante al «moderno método de emancipación» femenina.

La trama modifica esta premisa mediante el amor. Juan se enamora de Eva para que la ironía sitúe a los personajes en el terreno de los arquetipos. Ella aliña su feminismo político y activismo social con aderezos románticos que confunden la vida en pareja con tener un hombre hacendoso en la colada y manitas con la fontanería mientras él, incapaz de comprender los usos contemporáneos que rigen las relaciones sentimentales, acepta la masculinidad del hombre blandengue que tan bien definió El Fary en los años ochenta. La imagen de un Don Juan con escoba y delantal reclama a gritos el salto a la tensión propia de la comedia. Sin embargo la dirección de Juan Bolea desaprovecha el cambio de paradigma y mantiene tanto el tono discursivo del texto como el ritmo pausado de la acción que, interesantes al comienzo de la función, ahora son un lastre que dificulta la comicidad.

‘El último amor de Don Juan’ **
Producción:Oyambre Producciones e Infinity Broadcast Media.
Dramaturgia original y dirección:Juan Bolea.
Reparto:Alberto Santos, Sara de Leonardis y Amalia Aguilera. Iluminación y sonido: Alfredo Mompel. Vestuario y maquillaje: Patricia Domínguez.

El trabajo actoral es dispar. Amalia Aguilera interpreta un Mefistófeles sin el peso maligno que requiere el Pepito Grillo del mito. Sara de Leonardis y un notable Alberto Santos defienden con buenas hechuras a unos personajes huérfanos de un director con el pulso teatral suficiente para marcar el camino de un arco dramático que se atisba pero no llega a cuajar.

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