De la mano de Agatha Christie y su Hércules Poirot, Kenneth Branagh abrió etapa creativa retomando el rasgo más presente en su filmografía, el de las adaptaciones literarias. El británico amplió así la lista de autores con los que guarda vinculación, definida por William Shakespeare y en la que también figuran Mary Shelley, Anthony Shaffer, Tom Clancy y Charles Perrault. ‘Misterio en Venecia’, la tercera película de esta última vertiente, se diferencia de ‘Asesinato en el Orient Express’ (2017) y de ‘Muerte en el Nilo’ (2022) en que sumerge al célebre y perspicaz detective belga en un ambiente revestido de una leve pátina de terror. 

Poirot afronta una investigación condicionada por una muerte trágica, el espiritismo, un asesinato y la sugestión acerca de la incidencia de lo sobrenatural. Aunque la esforzada modulación tenebrosa de Branagh no convence del todo, el envoltorio cuenta con buenos detalles formales (el retrato sombrío de la ciudad italiana) y aporta vistosidad a una intriga siempre entretenida.

La obra, enmarcada en 1947 e inspirada en la novela ‘Las manzanas’, coloca a Poirot, de partida retirado, en una tesitura interesante al poner a prueba su perspectiva racional y su afinada mirada observadora. Lo que empieza a percibir le hace dudar cual escéptico desconcertado. El protagonista libra esa lucha por recobrar la compostura interna mientras realiza los interrogatorios, dinámica con la pequeña variante de que su amiga escritora participa en las pesquisas.

La capacidad del personaje para hilar los hechos y sacar conclusiones vuelve a desprender una sugerente seducción, sin desgaste por reconocible que resulte el aspecto. No importa que la culpabilidad revelada, que lleva aparejados atractivos ecos clásicos, encierre convencionalidad ni que entonces se repare en cómo el camino de potenciales sospechosos intenta alejar de la cuestión. La esencia Poirot y la evolución expuesta gustan.