Clásicos enredos de Aragón
El último intento para que la Comunidad Autónoma de Aragón se dote de una orquesta sinfónica va camino de dejar esta aspiración donde estaba: en el catálogo de básicos culturales normalizados hace lustros o décadas en casi todo el país pero que aquí se enredan, se arrastran penosamente sin solución, lastrando otros posibles avances, en este caso en el campo de la música culta.
El recién lanzado concurso para que una formación orquestal preexistente se convierta en dicha sinfónica pública había sido diseñado para que dos pudieran ser las candidatas –la Reino de Aragón y la Ciudad de Zaragoza– y la segunda ya ha renunciado a participar, busca paralizarlo con una impugnación y amenaza además con otras actuaciones judiciales.
Las cosas le vienen de cara al próximo Gobierno aragonés para dejar pudrir el proceso, que ha sido pergeñado por el saliente y que compromete inversiones millonarias para este año y los siguientes. El PP se ha apresurado a señalar que no le gusta como se han hecho las cosas, que «algo huele muy mal» y que se quiere utilizar la orquesta de carácter autonómico «como una agencia de colocación».
El aire lleva demasiado tiempo viciado en la clásica aragonesa. La lucha de egos es inherente a cualquier ámbito artístico, pero es despiadada en este, que mueve mucho dinero público (con bastante opacidad, por cierto) y tantísimo depende de él. No son infrecuentes las denuncias y que acabe interviniendo la Justicia; el que ayer era sospechoso puede ser mañana el demandante.
Y, mientras tanto, no hay manera de renovar una dirección del Auditorio de Zaragoza caducada hace seis años, o de decidir quiénes serán sus orquestas residentes sin suspicacias; y de los conservatorios, además de las críticas por las condiciones en que se dan las clases, lo que llega de vez en cuando son noticias de cómo vuelan los cuchillos entre algunos profesores. Así no se ilumina la excelencia de los intérpretes, estudiosos y programadores aragoneses que sí están llamados a despuntar.
