Culivillas y Balaitús o la nieve de Formigal

"Balaitús, el señor de las tormentas, vio a la joven Culivillas y se enamoró al instante". 

El bestiario fantástico aragonés contempla la presencia de un auténtico ejército de hormigas blancas que fueron benefectoras con Culivillas.
El bestiario fantástico aragonés contempla la presencia de un auténtico ejército de hormigas blancas que fueron benefectoras con Culivillas.
Heraldo.es

Culivillas o Culibillas era una joven diosa de las montañas, hija de Anayet y Arafita, que también eran dioses, más bien de modesta condición. La hija era bonita, de buen carácter, ingeniosa, y poseía ternura y candor. Se movía a su antojo y disfrutaba de todo cuando le daba la naturaleza: las montañas, las corrientes de agua y la floresta, el paso de los rebaños con la música de sus esquilas. De gran corazón, mostraba un afecto absoluto por las hormigas blancas que se afanaban en las laderas del valle de Tena.

En aquel escenario vivía el dios Balaitús, que casi era todo lo contrario que la joven. Gigantesco y arisco, se comportaba como el dueño absoluto de aquellas altitudes que superan los tres mil metros de altura. Su comportamiento no era nada ejemplar: les hurtaba cabras, corderos y caballos a los campesinos, y asesinaba si tenía un arrebato a quien se le pusiera por delante. Era el señor de las tormentas y sobrevolaba aquel paisaje exuberante de peñascos y retamas, pinos y genistas en un carro alado. Dicen que eran dignos de verse sus movimientos: cómo subía, cómo planeaba como si fuera un buitre en cielo abierto, cómo rectificaba en el aire o cómo se burlaban del lento paso de las nubes por cuyo interior algodonoso entraba y salía.

En ese continuo ir y venir con el carro alado, vio a Culivillas, y se enamoró al instante. Algunos sostienen que les dijo a sus padres, Anayet y Arafita, que quería desposarla en una gran fiesta. Otros afirman que reveló su intención de secuestrarla. La hermosura de la niña le provocaba, por igual, melancolía y furia de amor. Cuando se enteraron sus amigas, las hormigas blancas de Formigal, elaboraron un plan. Como la niña se había dormido sobre una roca, la cubrieron cientos, miles, no se sabe si millones de hormigas blancas hasta que Culivillas quedó oculta en una roca nevada de los Pirineos. Balaitús buscó a la joven con su carro, sin suerte. Lo hizo durante dos o tres días. O quizá una semana completa, pero eso ya parece demasiado dormir. Balaitús sacó lo peor de sí mismo y arrolló y mató a muchas hormigas blancas, sin saber que eran ellas las protectoras de Culivillas. Cuando por fin la chica despertó, tapada por sus amigas, no comprendió qué había pasado. Varias hormigas, con emoción y cariño, le contaron que seguía en peligro.

Culivillas tomó una roca punzante y se abrió un perfecto refugio en su estómago. Y casi a la vez, la joven diosa se convirtió en una inmensa roca con una brecha que hoy conocemos como Peña Foratata. El pueblo que surgió allí es conocido como Formigal, tierra de nieves y de hormigas.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión