leyendas y personajes

Un gigante de Arguis: el Fotronero

Es todo un personaje, un ‘ome grandizo’, pariente de los gigantes Silván o Chuanrralla,

El Fotronero mora en una cueva de Arguis, muy cerca del pantano
El Fotronero mora en una cueva de Arguis, muy cerca del pantano
Laura Uranga

El pueblo de Arguis, en las afueras de Huesca, es muy peculiar. Tiene un pantano espectacular, una iglesia que sigue la tradición de las de Serrablo y cuenta con un historiador, Alfonso Piedrafita Latre, que pone pasquines en las paredes de las calles y las casas, donde se cuentan historias de bandoleros (tanto Pedro Ascaso Santolaria como Chichón de Nueno, ambos de finales del siglo XIX), de los amores de Goya o de una gran inundación en Zaragoza en el año 1961.

Sin embargo, aunque es muy aficionado a la brujería, Alfonso no parece conocer de primera mano la historia del Fotronero de Arguis, todo un personaje, un ‘ome grandizo’, pariente de los gigantes Silván o Chuanrralla, que impone pavor porque dicen que puede comer niños crudos, con pasmosa naturalidad, y porque es utilizado para meter miedo a viajeros, andariegos, atletas de las carreras de pollos, cazadores y, por supuesto, a las ‘rapatanes’ o ‘repatanes’, los aprendices de pastor, que reemplazan a los dueños del rebaño e inician la siempre estimulante experiencia de la trashumancia.

Dicen que el Fotronero mora dentro de la cueva de San Clemente, el santo que fue condenado por los romanos a trabajar en una mina; tiene cuerpo de ogro, suele ir vestido de pieles de distintos grosores y es un tipo más bien desgreñado, desaliñado, de los que intimidan con su complexión y su atuendo. Posee un vozarrón temible, algunos sostienen que de jotero de formidables agudos, y es un magnífico cobrador de tasas y diezmos a quien se le ponga por delante. Se alude casi siempre a su voracidad, a su mal genio, a las vacilaciones de humor y a su agresividad. Los pastores pirenaicos, cuando comenzaban su peregrinación en varias etapas desde las tierras altas hasta el valle del Ebro, al pasar por Arguis aprovechaban la ocasión y les pedían a sus ‘rabadanes’ un tributo para aplacar al Fotronero. De lo contrario saldría de su rocosa guarida con consecuencias funestas.

Según los estudiosos del bestiario aragonés, el Fotronero podía ser insaciable. En las verbenas de Arguis cuando un forastero venía al pueblo, echaba el ojo a una zagala y quería bailar con ella, también debía abonarle al Fotronero. Algunos jóvenes empezaron a recelar de esa figura, tan codicioso como sucio y sanguinario. ¿No sería un invento?

Siempre había alguien, tan pícaro como en apariencia leído, que decía: «El Fotronero figura en muchos libros. Su afición favorita es cazar niños, sorprenderlos durante sus juegos en las eras, en el corazón del bosque o en las laderas del pantano, para comérselos luego en su refugio». Ante esa certeza, se disipaban todas las dudas. Y reaparecían el respeto y el miedo.

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