"El hombre del norte": la ira del vikingo

El director Robert Eggers sorprendió por el tratamiento y la atmósfera de ‘La bruja’ (2015) y volvió a hacerlo con ‘El faro’ (2019), en la que extremó su autoría en línea con la deriva mental en la que caían sus aislados personajes, estado que expresaba mediante composiciones pictóricas de la locura. Por el tipo de historia, ‘El hombre del norte’ constituye, además de su película de mayor presupuesto, la más accesible para el espectador medio dentro de que en el tenso y difícil equilibrio entre lo comercial y lo propio prepondera su identidad. Enmarcada en el siglo IX, muestra el proceso de un príncipe vikingo para vengarse años después del asesinato de su padre a manos de su tío, historia de perfil reconocible que alberga una raíz clásica de sugerente evocación acerca de la tragedia y del destino. Eggers conquista por el camino narrativo que toma, para nada el habitual, por los conceptos detectados bajo dicho sendero y por los momentos y las imágenes poderosas que articula.

Aunque su trabajo se adscribe a lo apreciable, sí es cierto que el relato presenta imperfecciones, por ejemplo en lo relativo a la construcción del vínculo con la hechicera eslava, y que no siempre resulta tan envolvente como se desearía. Por ello, de la obra se alaba ante todo el compromiso de Eggers y su forma de entender el cine, y más en estos tiempos. Su estilo se reconoce en la importancia expositiva que concede a las escenas de los rituales, pasajes de trance e inmersión con los que describe las creencias de aquellos pueblos mientras exhibe su gusto por el detalle.

Del desarrollo dramático atraen las situaciones que transforman al protagonista, un entregado y musculado Alexander Skarsgard al frente de un reparto atractivo, y los matices que se hallan respecto al tío traidor y a la madre, con el relieve de que sacan de la perspectiva plasmada. El estupendo final elegido por Eggers ratifica las buenas sensaciones.