Por
  • Gonzalo de la Figuera

Martirio, con dos Quiñones

Martirio y Raúl Rodríguez recuerdan hoy (Las Armas) y mañana (Matadero) a la gran Chavela Vargas.
Martirio y Raúl Rodríguez recuerdan hoy (Las Armas) y mañana (Matadero) a la gran Chavela Vargas.
J. U.

Visto el éxito de público cosechado el año pasado con su reubicación en el patio del antiguo Matadero, el ciclo de primavera de Bombo y Platillo repite en el mismo escenario al aire libre. Y, para abrir la temporada por todo lo alto, nada mejor que una pareja de ases de la música popular española como son Martirio y su hijo, el guitarrista Raúl Rodríguez, quienes presentaron su nuevo espectáculo conjunto, ‘Travesías’, un recorrido por los 40 años de trayectoria artística de doña Maribel Quiñones, Martirio sobre las tablas, gran dama de corazones de la canción española, maestra del sentimiento, la sensibilidad y la emoción.

Un recorrido que se inició con una relectura aflamencada de ‘Yo vengo a ofrecer mi corazón’, del argentino Fito Páez, y continuó recordando a Chavela Vargas con ‘En un mundo raro’, ‘La noche de mi amor’ y un ‘Quisiera amarte menos’ por bulerías. Siguió con la irónica ‘Madurito interesante’, uno de sus primeros éxitos, para luego adentrarse en territorios de tango –porteño, no flamenco– con el clásico gardeliano ‘El día que me quieras’, envuelto en un sensacional arreglo de guitarra de Raúl, una actualización de ‘Chiquilín de Bachín’ de Piazzolla y ‘Volver’. Y de Buenos Aires a Cuba, con ‘Ay, amor’ de Bola de Nieve, y ‘Es mejor vivir así’ de Compay Segundo.

El tramo final estuvo dedicado a la copla, ese género que «Billie Holiday hubiera llevado al jazz», en palabras de Martirio, con piezas como ‘Torre de arena’, ‘Tatuaje’, ‘María la portuguesa’ y la sabiniana ‘Noches de boda’, para despedirse con ‘Compuesta y sin novio’. Con esa voz de enorme expresividad y plena de intención, que a veces parece estar cantando al oído de cada uno de los espectadores, y con el acompañamiento de lujo de su vástago y cómplice, un Raúl Rodríguez que secunda a su madre con mimo infinito, impartiendo a la guitarra lecciones de detallismo y enriqueciendo canciones mil veces escuchadas con un inagotable catálogo de variaciones armónicas y rítmicas, Martirio volvió a dejar, por enésima vez, su sello único e intransferible.

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