Diego Navas: tres grandes voces al piano
El inicio de la ‘Sonata nº 1, Op. 4, en do menor’, de Chopin, que propuso Diego Navas fue una declaración de que la obra primeriza del genio polaco iba bien encaminada y que el 'Allegro maestoso' se desarrollaría con toda su potencia expresiva. Una acertada modulación fue dando paso a la multiplicidad de ritmos, trinos y alternativas armónicas de la obra, con los característicos pasajes acelerados que retratan el espíritu juvenil que la inspira.
La tónica se mantuvo en el segundo movimiento, 'Menuetto', donde el intérprete se esforzó para expresar la densidad armónica de la partitura, desde una óptica más lúdica, hasta llegar al momento en el que el autor propone un seductor 'cantabile' en el Larghetto del tercer movimiento. Navas, en un alarde de prosodia poética, lo tradujo con gusto y elegancia. El juego de tonalidades sirvió al pianista para recalcar el espíritu lírico de la composición, acentuando su trayecto central. El virtuosístico 'Finale' lo emprendió Navas con declarada fogosidad y poderío, sintiéndose seguramente en una tesitura anímica parecida a la del compositor cuando concibió su obra.
En los ‘Requiebros’, primera de las ‘Goyescas’ de Granados, el pianista dotó a la composición de ese sabor popular, que, sin perder su carácter académico, sirve de trasfondo a la pieza. El lirismo contemplativo lo expresó con una estudiada medición del 'tempo', haciendo contraste con un final de carácter apoteósico.
Al tratarse de un concierto sin pausas, el arranque de los ‘Cuadros de una exposición’, de Mussorgsky, tercera y última parte del programa, resultó un tanto precipitado. Los diferentes episodios tuvieron ese sesgo, a pesar del vínculo que establece la 'Promenad'e entre cada uno de los cuadros.
Hubo dos propinas, destacando la primera que consistió en unas originales variaciones a partir del'
