Siglo y medio de Juan Moneva y Puyol

El pasado sábado se cumplieron 150 años del nacimiento de este singular maestro del derecho y del léxico aragonés, muchos años colaborador de HERALDO.

'Juan Moneva y Puyol'
'Juan Moneva y Puyol'
Heraldo

Fue frase de Moneva, publicada en HERALDO el 2 de julio de 1927, diario en el que escribió durante media vida: "(...) no es peculiaridad de mujeres hablar mucho; las aventajan en charlatanería los hombres; la oratoria es de ellos; no es exclusivo de las mujeres hablar sin razón bastante o mal hablar del prójimo; todos esos vicios predominan con grandes proporciones, rudamente, socialmente, en casi todas las conversaciones masculinas de café y casino". Aragón lo tuvo, como personaje ilustre y sabio. También, y con razón, como hombre raro, en el doble sentido de que resultaba extravagante y de que osaba conductas que pocos se atrevían a seguir, aunque la causa fuera justa: por ejemplo, los desmanes y fusilamientos al comienzo de la guerra civil. A menudo se entrometía, por impulsos morales, en asuntos peligrosos. Su afán de rectitud, con el que no siempre pareció coherente su conducta privada, le ganó inquinas poderosas: a veces, por desvelar vicios ocultos; a veces, por su pura capacidad de provocar, irritante, incluso para los suyos.

Esta semana ha hecho siglo y medio del nacimiento de Juan Moneva y Puyol (Pollos, Valladolid, 1871- Zaragoza, 1951), cuya figura (con algunas sombras suyas) evocó en febrero J. L. Melero en este diario. Moneva, jurista descollante, apenas se recuerda como escritor precoz (ganó en Barcelona un concurso a Eugenio D’Ors, en 1898). Tuvo talento lingüístico y escribió una inusual ‘Gramática castellana’, reivindicando "el derecho del vulgo a modificar el idioma"). Se licenció en Ciencias Físico-Químicas en 1892 (fue presidente de los químicos aragoneses). Y luego lo hizo en Derecho (1895), en el que se doctoró (1897). Fue catedrático de Derecho Canónico en 1903, tras haber sido un profesor de casi todo en la Facultad de Zaragoza: Derecho Natural, Político, Administrativo, Civil, Procedimientos, Internacional, Historia del Derecho, Economía Política y Estadística... Luis Horno Liria fue su alumno más fiel y característico.

Reñía mucho: en 1927 fue sancionado por un artículo injurioso contra colegas de Letras y Ciencias. Y, tras ser elegido decano de su Facultad en 1933, el mismo claustro exigió y obtuvo su destitución en 1936, por graves desacuerdos con su gestión. De las demandas y sanciones salió casi siempre bien librado. Así, de la necia acusación de filoseparatismo, por su encendido amor por la lengua catalana, en la que examinaba a sus alumnos de ese origen, si lo deseaban (ya en 1902 había redactado un sentido ‘Elogio fúnebre de Mosén Jacinto Verdaguer’); aunque él, como canonista experto, prefería hacerlo en latín, lengua auténtica de las leyes eclesiásticas: y en latín examinó a quien llamaba ‘el curilla’, que luego fundaría el Opus Dei.

Políticamente fue siempre poco disciplinado y difícil de encuadrar: lo mismo tenía amistad con el republicano Ossorio y Gallardo que con los próceres falangistas Serrano Suñer y Giménez-Arnau. En 1938, un enemigo suyo, el delegado franquista de Orden Público en Zaragoza, informó de que merecía castigo por "extravagante, fustigador del clero, proclive a todos los separatismos, vanidoso malintencionado, satírico en exceso, inmoral en los negocios, nepotista en el decanato, cizañero, sarcástico contra el honor militar, cínico antipatriota y crítico contra el Movimiento Nacional". Al año siguiente fue rehabilitado sin sanción y en 1941 se jubiló pacíficamente.

La Ciudad lo respetaba y le encargó textos relevantes, como el epitafio de la Fosa común y el del obelisco a los funcionarios De Yarza, Boente y Octavio de Toledo, asesinados en 1920.

Aunque es poco sabido, el documento más antiguo que menciona a Aragón, copia de un documento del siglo IX, está en un viejo volumen (’Libro gótico’) que por su iniciativa adquirió la Facultad de Derecho.

Creó (1915) el Estudio de Filología de Aragón, donde empezó sus trabajos la joven María Moliner: reunieron 34.000 voces, cuyas fichas emplearía luego Rafael Andolz, y aún se ha editado una selección de 12.917 en 2004.

En 1940, el neonato Consejo de Estudios de Derecho Aragonés (Lacruz, Palá, Lorente, Rivas...) le pidió que aceptase presidirlo. Se vio, antes que todo, como jurista e, íntimamente, como católico ortodoxo: "Quiero seguir hasta el fin de mi vida trabajando por Aragón y especialmente por el Derecho aragonés. Creo que así sirvo a Dios Nuestro Señor en el lugar en que me puso". Un texto que no precisaba firma.

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