VIAJES. 'ARTES & LETRAS'

De Cervantes a Montaigne: Jorge Bustos viaja por tierras de La Mancha y Francia

Bustos encuentra en la narración del viaje un saludable contrapunto a las cargas de la columna de opinión

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JEOSM / Libros del Asteroide.

Jorge Bustos forma parte de una nueva generación de articulistas hechizados por la nostalgia de un viejo periodismo de firma, fraguado por igual en el cultismo y el chascarrillo y relativamente ajeno a los peajes de la modernidad. Hoy el ingenio ha de multiplicarse en el artículo de prensa, en el regate corto de Twitter o en la tertulia televisiva. Bustos domina la ironía y la metáfora, exhibe erudición, se declara fascinado por la sintaxis y es uno de los escasos españoles que utiliza la palabra aliporia. Todo encaja a la perfección con su formación en Filología Clásica y Teoría de la Literatura pero no tanto con el hecho sorprendente de que en 2017, sin haber cumplido aún 35 años, fuera nombrado jefe de Opinión de ‘El Mundo’.

Convertido en uno de los azotes más lúcidos del sanchismo, Jorge Bustos se aleja con este libro de la contienda periodístico-política, si es que ambas cosas aún no resultan redundantes, como han hecho por cierto no pocos de sus colegas más veteranos, aunque sin recurrir como ellos a la consabida ficción histórica –algo que no podremos dejar de agradecerle– sino a la literatura de viajes.

Reúne aquí dos itinerarios muy distintos, recorridos con una separación de cuatro años entre sí: La Mancha cervantina y la Francia atlántica, París y el país del Loira. Hay que resistir la primera tentación de identificar el asombro del título a un viaje y el desencanto al otro, porque el asombro acaba siendo un poso común y el desencanto se proyecta como conclusión de un presente que solo necesita hacer kilómetros para certificar intuiciones que pueden surgir en el sillón de casa.

Prologado por Andrés Trapiello, el libro extiende su evidente binomio a dos versiones del propio autor, que no tienen otro misterio que la natural madurez que aporta el tiempo.

Prologado por Andrés Trapiello, el libro extiende su evidente binomio a dos versiones del propio autor, que no tienen otro misterio que la natural madurez que aporta el tiempo. El viaje a La Mancha responde a un encargo de su periódico por el cuarto centenario de la publicación del Quijote, con Azorín como referente por haber protagonizado la misma iniciativa cien años antes. Entre museos cervantinos y estatuas quijotescas, Bustos divaga con la honestidad de un clásico –lo mejor y lo más difícil a lo que se puede aspirar en este tiempo– entre realidad y ficción, entre Sancho y don Quijote, entre las posadas con spa y la venta de la Inés.

Y luego, Francia. Se acerca a ella con una tierna declaración de desconocimiento, que revela como madrileño en la confesión de haber previsto en los franceses «la dureza del aragonés, la sobriedad del castellano y el senesquismo del andaluz», sin sospechar lo que es probablemente un triple error. Francia es una ensoñación permanente de admiraciones y aversiones en la historia de España. Bustos insta al viaje sin embargo en busca de la realidad, levantando la mirada de las pantallas, aunque el mago Álvaro Cunqueiro, en un época sin internet, relatara con extraordinaria maestría en ‘La crónica del sochantre’ el paisaje de esa misma Bretaña que él visita sin haber estado jamás allí. No viaja aquí Bustos de la mano de otro noventayochista como Azorín –su referencia ahora es Josep Pla– pero en todo se aprecia ese fino desgarro regeneracionista del español de bien. Goya y Montaigne le esperan en Burdeos, antes de empacharse, más al norte, de ostras y catedrales. Y se declara, con orgullo de converso, inevitablemente afrancesado.

Bustos insta al viaje sin embargo en busca de la realidad, levantando la mirada de las pantallas, aunque el mago Álvaro Cunqueiro, en un época sin internet, relatara con extraordinaria maestría en ‘La crónica del sochantre’ el paisaje de esa misma Bretaña que él visita sin haber estado jamás allí.

Tal vez París sea, en su inmensidad, un exceso forzado en este recorrido, pero Bustos es siempre un observador cualificado en tiempos de selfis, lo cual resulta de por sí una deliciosa extravagancia. Ni los tatuajes de los bañistas ni la ‘turistada’ en general dejan de tener un espacio –obviamente mordaz– en sus apuntes.

Concluido el viaje, aún ofrecerá unas reflexiones casi indispensables para el periodismo actual, en las que tal vez es donde resulta más evidente el desencanto prometido. Y cita a un Pla demoledor por clarividente: «En vista de que describir es tan difícil, todo el mundo opina». Ahí, tal vez, se halla la razón de este libro.

VIAJES

Asombro y desencanto. Jorge Bustos. Libros del Asteroide. Barcelona. 2021. 197 páginas.

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