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El Madrid vence al contragolpe en el clásico y vuelve a aspirar a todo

Zidane le ganó la batalla táctica a Koeman en la primera mitad y el Barcelona se transformó en la segunda mitad y rozó el empate

Un clásico bajo la lluvia.
Mendy y Modric pugnan por un balón con el joven Pedri.
Juanjo Martín/Efe

El clásico, aún sin público, fue tan emocionante como siempre e igual de impredecible. Contó con un intruso inesperado, que le dio una nueva peligrosidad a las acciones: esa lluvia que jarrea y se vuelve aguacero. Dio la sensación de que Zinedine Zidane tenía las ideas más claras: hizo un cambio estratégico, Valverde por el recuperado y goleador Marco Asensio, y concibió su estrategia: achicó espacios, creó una empalizada con sus peones muy juntos, y dejó escaso terreno para la imaginación, la triangulación más cansina que rápida del rival, y conminó a los suyos a correr hacia arriba a la menor oportunidad. Como flechas.

El Barcelona, con un 4, 4, 2 o con 5, 3, 2, el sistema que volvió a usar ayer, o con lo que sea, defiende mal. Rara vez marca al hombre, se va hacia arriba y le cuesta una eternidad retroceder. Y ahí lo desarmaba el Madrid, que se impulsaba con los arreones de Benzema, de Vinicius Jr. o del mismísimo Valverde, doblado y asistido en cualquier instante por Lucas Vázquez, que tiene la facilidad de fabricarse días de gloria allá donde lo pongan. El carácter, el trabajo y la honestidad son sus mejores armas. Encarna con Nacho el honrado jugador de equipo.

El Barcelona es un equipo menor y a la vez batallador. Nada que ver con los auténticamente grandes de Europa. Flaquea por todas partes. Carece de efectividad arriba, genera escaso juego por la alas (y menos ayer, porque Dembelé se situó de ariete), ha perdido velocidad en el control y la combinación, la fantasía y la elaboración de antaño se ha olvidado o se practica a cámara lenta, y sus jugadores, en general, están buscando su propia identidad y el encaje en un plan global. El bloque tiene un conflicto de personalidad y de calidad.

Ronald Koeman es un entrenador irregular que se ha ido ganando el respeto aunque no entusiasme a nadie: no da la sensación de que sus equipos estén muy trabajados tácticamente, y como siempre, o casi siempre, Messi es la llave y la batuta. Lo hace todo. Está en todo. Lo intenta, aunque su efectividad se resienta, ya no desborda como antes, incluso en las faltas ha perdido ángel como si fuera un dios diezmado. Los tres lanzamientos que ejecutó ayer, que algunos meses atrás habrían sido goles o casi, fueron indignos de su efectividad y de su técnica. Tiritos. En un día así, la clave es que el balón sortee dificultades y coja puerta: la lluvia lo acelera todo y juega a favor del rematador. No hubo suerte. Con la ayuda del azar o la buena suerte, marcó el Madrid el segundo gol, tras la desidia de un Dest poco comprometido. El primer tanto, en el minuto 13, llegó en una genialidad de Benzema, el artillero de los imposibles.

Messi combina bien con Jordi Alba, su mejor cómplice, y mezcla bien con Pedri, que en la primera parte hizo lo que mejor sabe: sobar el balón, girar sobre sí mismo, inventar un tiempo propio, una danza inaprensible y sutil, que a veces hace pensar en Andrés Iniesta, y trazar unos pases perfectos, osados, de equilibrista o lanzallamas. A sus 18 años, pese a su perfil técnico, exquisitamente técnico, corre más que nadie: es sacrificado, solidario y sereno. De una serenidad tan perfecta que casi se vuelve sobrehumana.

El Madrid se puso a correr. Y así, aunque tenía menos el balón que su rival, ahogó al Barcelona al contragolpe. Una y otra vez exhibía su menú de advertencias. A los ajedrecistas del Barcelona, con Busquets a la cabeza, les falló casi todo en la primera mitad: rondaron el gol varias veces, dos, tres, cuatro, pero cuando reaccionaron, el Madrid ya llevaba dos. Zidane había concebido mejor el partido. Tenía una idea y armas secretas. El Barcelona, que se había querido hacer fuerte atrás, fue un coladero.

En la segunda parte todo se igualó. Koeman cambió de sistema, le dio entrada a Griezmann y abrió el juego a los costado. Como siempre, Alba se internó por su banda, centró, el francés quiso emular a su paisano y dejó pasar el balón entre sus piernas, y Mingueza, nada menos, marcó. Desde entonces, en un partido de toma y daca, de pura vehemencia bajo el diluvio universal pasajero, pudo ocurrir de todo. Estuvo más cerca el Barcelona del empate, con trallazo incluido al poste, que el Madrid de ensanchar su victoria, pero los puntos se los quedó el equipo blanco, al que nunca hay que dar por muerto: compite muy bien, tiene pundonor y bravura, y resiste hasta que gana. Esa es una de sus virtudes. Y ahora, parece evidente, es el gran favorito para hacerle sombra el Atlético de Madrid, vence a los culés también en los enfrentamientos directos, y quizá haya presentado su candidatura a la Champions.

Los pupilos de Koeman deberán mejorar mucho si se quieren hacer con la Liga.

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